Capítulo 2

El NiÑo Clonado

 

 

 

En la estación ya me esperaba mi esposa, contenta aunque también percibí en ella un dejo de tristeza y preocupación. Mientras abordábamos el automóvil de la familia, me preguntó acerca de mi reciente acontecimiento y de los planes futuros, me platicó más detalladamente de su intervención quirúrgica  y cuando ya estábamos cerca de nuestra residencia, detuvo el automóvil:

- Tengo que enterarte de algo antes de llegar a casa - dijo, con los ojos humedecidos por las lágrimas.

-¿Qué es lo que sucede?- pregunté alarmado, y entonces empezó a relatarme con voz entrecortada la desgracia que se había cernido sobre nuestro hogar.

“El día que sufrí el ataque de apendicitis y fui internada en el hospital, Quiqui nuestro pequeño hijo quedó al cuidado de Guille  mi hermana,  quien diligentemente se prestó para atenderlo. Para la hora de la cena Guille se dispuso a preparar los ingredientes para cocinar colocando una sartén con aceite en la estufa para freír los alimentos, dejando inadvertidamente el mango del recipiente por la parte exterior de la estufa; en un instante el niño se colocó bajo la sartén y con sus manitas apenas alcanzando, ¡jaló el objeto derramándose el aceite hirviente encima de su tierna cabeza!”- Imposible describir con palabras ese cuadro de horror o reproducir los verdaderos aullidos de dolor que emitía nuestra  inocente criatura- dijo Eva anegada en llanto y echándose a mis brazos,  mientras yo perdía por momentos contacto con la realidad.

-Al día siguiente que salí del nosocomio y me llevaron a casa, trataron de ponerme en antecedentes de lo ocurrido pero no me dijeron la magnitud de la tragedia - continuó relatando Evangelina. “Cuando aceleradamente llegué a casa sin importarme el dolor de mi herida quirúrgica, lo primero que vi fue un cuadro dantesco, allí estaba parado sobre su cama cuna un pequeño ser con una enorme cabeza con turbante, dos rayas a manera de ojos, dos puntos simulando las fosas nasales y un punto remedando una boca; un pequeño ser que me abría sus brazos y me decía lastimeramente ¡Mami, Mami! No pude alcanzarlo porque en ese momento me desvanecí.....decidí no avisarte para no trastocar el compromiso tan importante que tenías que afrontar y ya ves, afortunadamente saliste adelante”. 

Cuando llegamos a casa, difícilmente mis piernas me sostenían y la palidez de mi piel contrastaba con mi vestimenta oscura. Al ver a mi niño que ya me esperaba, corrió hacia mi con los brazos extendidos y nos fundimos en un tierno abrazo, sin decir una palabra de mi parte, simplemente el nudo instalado en mi garganta me lo impidió. Lo observé detenidamente, su aspecto ya no era como en un principio, los líquidos extravasados que dieron lugar al edema ya habían desaparecido volviendo a lucir su linda carita; en su cráneo una gran quemadura del tercer grado que dejó la carne viva en el 70 % de la superficie del cuero cabelludo, pero lo que la adversidad no pudo modificar fue la energía y el incontenible deseo de vivir de aquel valiente pequeño.

Sentía un infinito coraje. Sé que las cosas pasan por una serie de factores y circunstancias que determinan la causa y el efecto, por eso no tengo con que desahogarme; aunque soy católico hipócrita por herencia, mi concepto de Dios es mucho más elevado que el que divulgan las religiones; siento una profunda admiración por el maravilloso orden en que están dispuestos el macrocosmos y el microcosmos que, solo pudieron haber sido hechos por una gran fuente de energía que hace que cada cosa permanezca en su lugar  y que se derrame día a día y por eones en el universo entero para crear y mantener la vida. Esa gran fuente de energía debe de ser Dios únicamente.

No  creo en otros ídolos, elevados al rango de  dioses por los humanos, llámense como se llamen, que no son más que productos de la conveniencia del hombre, por lo tanto no pueden consolarme, porque si así fuera, tendría que reclamarles su sádica crueldad para con la humanidad sobre todo para con los niños, al permitir que caigan sobre su inocente existencia toda clase de calamidades entre ellas la mutilación, la inanición y la muerte; no creo en el dios guerrero inventado por el hombre, que blande en su mano el arma para aniquilar a sus enemigos aunque antes haya dicho que todos somos iguales ante los ojos de él y que debemos amarnos los unos a los otros; no creo en el dios político, amenazante, egoísta y opresivo.

Creo que Dios está por encima de las falacias de los hombres, creó muchas formas de vida y nos deja vivir. Quienes enturbian su concepto son las religiones cuyos altos dirigentes hacen su modus vivendi obteniendo canonjías y poder a costa de la ignorancia y la fanatización de los pueblos; por eso el ser humano es barro en sus manos porque tiene la necesidad de creer en lo que sea. Esta mi postura muy personal, no es para ofender a nadie, porque estoy convencido de que la tolerancia mutua es la madre de la convivencia pacífica y la crítica, sin pretensiones de excluir debe de ser bilateral.

 Pues bien, sobrellevando ese dolor continuó mi vida y pronto me encontré laborando en el Hospital del Instituto Nacional de Seguridad Social, en el sur del Estado en un mes de junio. En ese enorme hospital, conocí nuevos y muy buenos amigos médicos, químicos y técnicas  laboratoristas que me ayudaron a desarrollar mi trabajo, en poco tiempo llegué a ocupar el puesto de Jefe del Laboratorio Clínico.

 Mientras tanto el año transcurrió de forma normal y Quiqui se recuperaba lentamente, cicatrizando su quemadura aunque con algunas infecciones recurrentes producidas por bacterias oportunistas. El nuevo año me obsequió nuevas desventuras.

Eva el niño y yo acostumbrábamos, después de mi trabajo ir al mar a una isla cercana cada vez que se podía, para huir del tremendo calor que se da por aquellas latitudes, viajando cómodamente ya que sólo se encuentra localizada a media hora de distancia en automóvil, donde pasábamos ratos placenteros; o bien paseábamos en bicicleta al caer la tarde por la bonita laguna donde existen grandes arboledas que refrescan el ambiente.

Un día, ya cayendo la noche, sentí una leve molestia en el bajo abdomen como cuando uno se golpea el área testicular, pero no le di la debida importancia concluyendo que tal vez tenía relación con la presión que sufren los testículos por pasar tantas horas sentado en la misma posición frente al microscopio, o tal vez el resultado de algún trauma local producido por el asiento de la bicicleta. Al día siguiente al tomar mi baño cotidiano, me ausculté manualmente a través del escroto encontrando una protuberancia, dura, sólida de bordes irregulares de aproximadamente 1.5 cm localizada en testículo izquierdo lo cual hizo que se  me prendieran los focos rojos de la alarma y me llenara de inquietud; yo sabía que aproximadamente un 70% de cáncer testicular no presenta síntomas.

Me dirigí a cumplir con mis obligaciones normales y a las 11:00 A.M. asistí al salón auditorio del hospital, a presenciar una conferencia cuyo expositor era el eminente y reconocido Dr. Sheldon Hollman, Oncólogo experimentado, catedrático en la Universidad de Arizona con quien yo llevaba amistad por haber coadyuvado con él y el Hematólogo local Dr.Vinav, en un trabajo que se llamó: “El Laboratorio Hematológico en el Diagnóstico de Leucemias”

Una vez terminada la conferencia que lógicamente versó sobre neoplasias, me acerqué a saludarlo y aprovechando un momento de privacidad después de que el Dr. hubo contestado a algunos médicos sus dudas acerca de la conferencia, le expuse mi problema, me pidió hacerme él personalmente una revisión manual para lo cual lo guié hasta uno de los consultorios, allí me revisó e hizo una evaluación sobre las posibles causas y me ordenó:

- Quiero que en este instante te tomes un ultrasonido para tener información más detallada y me lo traigas para observarlo- El enorme Dr. Hollman  habló en un fluido español con fuerte acento del inglés británico.-

- Te espero en el comedor de mi Hotel donde me hospedo - dijo mientras tomaba un fino portafolios y nos dirigíamos en busca de sus dos médicos asistentes.

El Dr. Alfonso Gracia mi íntimo amigo, me tomó de inmediato el ultrasonido testicular y en viéndolo me comentó:

“Es un pequeño tumor, no quiero asustarte pero podría tratarse de un tumor maligno” El reporte decía así en lenguaje técnico:

“Lesión nodular en el aspecto posterior en región media del testículo izquierdo, existe disminución en la ecogenicidad comparado con el resto del testículo, las márgenes están pobremente definidas en el trazo transverso y aparecen claramente definidas en el plano longitudinal. La apariencia es muy probable que esté relacionada con un neoplasma de testículo izquierdo;  el testículo derecho homogéneo, no hay alteraciones en el epididimo y no hay hidrocele.Impresión: Lesión nodular de 6 x 10 mm en el testículo izquierdo sospechoso de neoplasia”

 Le pedí al Dr. Gracia que me guardara el secreto y como de rayo salí en busca del Dr. Hollman que ya me esperaba en compañía de sus dos médicos colaboradores; le extendí el papel del ultra sonido al tiempo que introducía en su boca un totopo con salsa picante, me invitó a sentarme y poniéndose sus lentes lo observó durante un momento y dijo: “Efectivamente, es un pequeño tumor que no tiene buena cara, me gustaría que fueras de inmediato a verme en Tucson para hacerte una biopsia testicular y así salir de dudas de una buena vez, no dejes pasar el tiempo.” 

Así se expresó mientras ponía en mis manos su tarjeta de presentación. Después me invitó a comer, invitación que decliné de la manera más atenta porque juro solemnemente que no tenía un ápice  de apetito.

En el camino, rumbo a mi casa pensé cuál sería la mejor manera de resolver mi situación; podría practicarme la biopsia en mi mismo hospital ya que había muy buenos oncólogos, con el inconveniente de que si el resultado fuese adverso, no faltaría la fuga de información que llegara a oídos de mi esposa a la que no quería sumarle más mortificaciones, así que opté por acudir con el Dr. Hollman.

Llegando a casa traté de comportarme normalmente como si todo marchara sin contratiempos, cosa que no escapó a la intuición de Eva porque pronto me preguntó:

- ¿Qué te pasa? Te noto preocupado.

- No es nada - dije escondiendo la cara en el plato de sopa.

- Es que tengo que ir un par de días a Tucson a realizar un trabajo de investigación pasado mañana, eso es todo -dije tratando de restarle importancia a su pregunta.

 Al día siguiente puse la tarjeta de presentación del Dr. Hollman frente al teléfono en la que se leía:    

Sheldon Hollman M.D., Tucson Oncologic Center, la dirección y los teléfonos.

Marqué los doce números correspondientes y me contestó una secretaria de melodiosa voz, le di mi nombre y le pedí me comunicara con el Dr. Hollman quien casualmente salía del quirófano después de practicar una mastectomía radical, esperé unos segundos y luego escuché la voz del Dr. que me decía:

- Hola Químico Bernier que gusto oírte de nuevo, ¿Que has decidido?-

- He decidido ponerme en tus manos - contesté enfáticamente.    

- ¡Bien, bien! me da gusto oír eso, te espero mañana a las....9:00 A.M., dejaré instrucciones para que te reciban como es debido – Le di las gracias y me encaminé rumbo la Dirección del hospital para solicitar permiso de ausentarme de mis labores por tres días; regresé al laboratorio en el quinto piso para dejar las indicaciones necesarias y me fui a casa.

En casa, Eva preparaba mi maleta mientras Quiqui daba temerarias vueltas por toda la sala en su veloz triciclo; ingerí una frugal comida y después de despedirme de Eva y del niño, me dispuse a devorar con mi automóvil los seiscientos y pico de kilómetros que me separaban de mi cita con el destino, haciendo escala en Nogales donde pernoctaría en casa de mi madre...tampoco a mi madre le diría nada, todavía.

   La carretera principal del Estado de Sonora está construida en su gran mayoría en línea recta y su paisaje desértico es hermoso aunque monótono, en los primeros trechos de camino me concentré en observar como tantas otras veces lo había hecho, el panorama agreste, la tierra calcinada por el ardiente sol, buena para la agricultura pero sedienta por la falta de agua, las plantas, ejemplo maravilloso de evolución y adaptación al medio, verdaderos laboratorios vivientes capaces de construir su propio cuerpo a partir de unos cuantos elementos químicos y todavía brindarle a otros seres vivos, alimentos, materiales, albergue, medicamentos, calor y oxígeno; observé también las aves depredadoras estacionadas en las grandes torres que sostienen los gruesos cables conductores de fluido eléctrico o desplazándose en el aire en pos de alguna presa para asegurar su supervivencia y la de su especie; a mi izquierda sobre un palo seco una ave canora entonando una larga sinfonía, a mucha gente nos gustan los gorjeos de las canoras porque nos alegran el momento, aunque ellas indiferentes sólo trinen por su beneplácito, por la delimitación de su territorio o por conquistar a su pareja sexual.

El silencio me empezó a incomodar al correr de los kilómetros y opté por escuchar música de Vivaldi primero, de Mozart después, pero se me antojaron muy alegres para mi estado anímico, Bethoven un rato más y finalmente me encontré relajado y sosegado en la abstracta arquitectura musical de Bach.

 Empecé a divagar nuevamente: Cuán endeble es el cuerpo humano, (pensando en mi propio caso). Aunque es una maravillosa máquina de suma complejidad, orgullo evolutivo de la naturaleza, aún le queda otro millón de años para su perfeccionamiento, a no ser que nosotros mismos aceleremos ese paso mediante la intervención de la ciencia Genética.

Todavía es una máquina biológica sumamente cara en su mantenimiento, necesitamos fortuitamente darle energía en forma de alimentos balanceados tres veces al día durante toda su existencia y mantener equilibrado su estado mental para que el rendimiento sea óptimo. Si no recibe alimentos morirá pues no sabe construirlos como las plantas, si en su dieta alimenticia recibe más grasa, engordará, aumentará su colesterol, se taparán sus arterias y morirá; no sabe construir vitaminas por lo tanto si le faltan, adquirirá enfermedades como el escorbuto, la pelagra, el raquitismo y otras; si le faltan minerales como el calcio, su tiroides funcionará mal, sus huesos se harán porosos y se quebrarán, lo mismo el zinc, su carencia afectará la síntesis de insulina y el resultado será una diabetes y así con el sodio, el potasio, el cloro, el flúor, etc.

Por otra parte, los factores externos lo afectan: la luz visible intensa, lo ciega, no sabe captar los colores extremos del espectro como el ultravioleta y el infrarrojo como algunas especies inferiores, no está adaptado como otras especies para resistir temperaturas extremas, los sonidos fuertes le atrofian el oído, no sabe captar ultrasonidos ni sonidos de baja frecuencia como otros seres vivos y su olfato es mil veces inferior comparado con el perro, digamos.

También tiene muchos enemigos grandes y pequeños de los que no se sabe defender, los virus, las partículas más pequeñas dotadas de vida como el virus de la gripa o el virus del SIDA, lo enferman o lo matan, las bacterias, lo mismo; los parásitos como la amiba histolítica microscópica, el plasmodium del paludismo, la lombriz intestinal o ascaris lumbicoides de quince a diez y seis centímetros o las tenias hasta de varios metros, también lo enferman y lo destruyen, desde un tumor cerebral amibiano, hasta una desnutrición severa y muerte; y por si fuera poco todavía se auto ataca o se ataca a sí mismo como en las enfermedades autoimunes entre ellas el lupus eritematoso y el cáncer.....el cáncer....es el motivo por el que viajo a cien Km./h en este automóvil, deseo con toda mi alma que sea un tumor benigno.

Sí, definitivamente el cuerpo humano es un objeto  muy endeble. Pero el ser humano tuvo la gran ventaja sobre todas las especies, desde que hace miles de años el chispazo de la inteligencia iluminó su cerebro y lo convirtió en el primer eslabón de la cadena; es capaz de subsanar muchas aunque no todas  las desventajas que estoy cavilando, por ejemplo puede ver y oír mejor que cualquier otro animal dotado, mediante aparatos sofisticados inventados por él mismo, puede protegerse de las temperaturas extremas creando su propio clima artificial, puede curarse de algunas infecciones por microorganismos o de infestaciones parasitarias, mediante medicamentos y todo esto por la aplicación de la inteligencia, no por si mismo. Pero, realmente ¿Qué tan inteligentes somos?

El ser humano es el único animal racional que se auto destruye,  destruye a los demás y destruye su hábitat a sabiendas.

De las drogas adictivas, desde la cocaína hasta el peyote, desde la heroína hasta los hongos alucinógenos, todos sabemos a través de todos los medios de difusión a nivel local, nacional y mundial, que las drogas adictivas destruyen al organismo humano mental y físicamente, llegando incluso hasta la degradación y la muerte; sin embargo lo hacen. ¿Es esto inteligente?

El tabaco, en primer plano desde el descubrimiento de América, se extendió por el mundo llegando a ser un hábito social y de categoría, aunque en esos tiempos no se conocía el efecto nocivo de la nicotina, alcaloide principio activo de la planta. Pero en época contemporánea se han difundido profusamente los estragos que ocasiona la inhalación del humo del tabaco “la inhalación torácica de gases espeuromáticos y nicotinógenos” diría más elegantemente. Hasta en las cajetillas de cigarros, las compañías manufactureras obligadas por las leyes de salud, incluyen la leyenda: “Este  producto es nocivo para la salud” o “El consumo de este producto puede producir cáncer” y no sólo cáncer sino también enfisema y daño al sistema cardio vascular. ¿Es esto racional?

El alcohol, en todas sus manifestaciones, desde el humilde alcohol de 96 grados con refresco hasta la más cara champaña, se ha convertido en un requisito social, conocido desde épocas inmemoriales, su consumo cotidiano y excesivo produce grandes daños al organismo sobre todo al hígado produciendo una cirrosis y el ataque al estado mental manifestándose en delirum tremens y muerte, amén del desastre económico y malos tratos que ocasiona a la familia. ¿Somos inteligentes? “No es un vicio es una enfermedad” dicen los A.A. ¿Una enfermedad de la voluntad?

Unos timbrazos del teléfono celular me sacaron de mis cavilaciones, era Eva quien me hablaba para decirme que Quiqui insistía en hablar conmigo para recordarme su gran encargo: - Papi- dijo con su dulce vocecita, - no se te olvide mi robot -

- Sí hijo no se me olvida - le contesté en el instante que el pillo aventaba sobre la cama el teléfono para ver de cerca su caricatura favorita en la televisión; Eva antes de despedirse me volvió a dar doscientas recomendaciones y cerró la sesión con un “¡Ten Cuidado!”

 Unos cuantos kilómetros adelante estaba el pueblo de Santa Ana y decidí estirar un poco las piernas y beber un refresco, ya que no soy muy afecto al café tres o cuatro tragos a lo sumo y generalmente en invierno; entré en el restaurante y ordené un refresco de naranja mientras pasaba al baño. De regreso me instalé en una meza y desparramé la vista  sobre el local, había algunos parroquianos, el ambiente era acogedor y de la cocina salían olores agradables que despertaban el apetito, a mi derecha un cliente devoraba una enorme milanesa  especialidad de la casa llamada “oreja de elefante” a mi izquierda una mesa vacía y sobre ella en desorden varias secciones de un periódico de circulación estatal, en la sección de encima pude leer: “Preso el Asesino Violador de la Niña..” Sentí náusea, casi nunca leo las páginas policíacas porque me deprimen y me hacen avergonzarme de mi calidad de humano; sin darme cuenta volví a mis cavilaciones sobre la inteligencia y la racionalidad. ¿Cómo es posible que haya actos de esa naturaleza? ¿Dónde está la superioridad del hombre sobre la bestia? ¿De qué sirve la inteligencia?

Pienso que en muchos individuos está difusa la línea entre la inteligencia y la tendencia a volver a su estado original oscuro,  pienso que en el hombre todavía anida un ser atávico y salvaje como en las épocas más antiguas y e irracionales de su evolución.

Sí, el hombre inteligente es el único animal que destruye a sus semejantes al mayoreo y al menudeo, desde un apuñalado hasta millones de humanos eliminados en un crematorio o mediante una bomba nuclear; padres que violan a sus propios hijos destruyendo sus mentes, madres que paren directo en la fosa séptica.

¿Y que decir de la inteligencia para destruir su propio entorno?

El hombre sabe que poco a poco está acabando con su hábitat, sabe que cada minuto envía a la atmósfera millones de metros cúbicos de gases contaminantes de los automóviles, de las fábricas, pero no quieren modificar el uso de energía porque se colapsaría la industria del petróleo y ellos dejarían de ganar muchos millones de dólares, el hombre sabe que las plantas purifican el aire que respiramos, pero estamos acabando sistemáticamente con los bosques y las selvas acelerando más y más nuestra propia destrucción.

Así que:  ¿Qué tan inteligentes somos?

Bueno, el homo sapiens ya puso un hombre en la luna y abrió el camino a las estrellas, pero también puso satélites espías mortíferos; dominó el átomo para fines pacíficos pero ya no haya como  deshacerse de las plantas nucleares y de los desechos radioactivos tóxicos. Es innegable que existen muchos hombres bien intencionados que luchan por dar beneficios a la humanidad y que desean vehementemente la supremacía de la inteligencia como el valor más excelso y puro, pero a mi me gustaría que alguien contestara a esta mi pregunta:

De los seis mil millones de personas que habitamos este planeta ¿Cuántos usamos verdaderamente la inteligencia y la racionalidad y cuantos no? Yo aseguro que en esto, la ignorancia tiene mucho que ver.

Al atardecer llegué a casa de mi madre la cual ya me esperaba cariñosa y solícita como siempre, ella sufrió lo indecible cuando el accidente de Quiqui su primer nieto. Mi madre era muy bonita en su juventud aunque para mi sigue siendo bonita y tenía mucha energía, únicamente así pudo a duras penas controlar mi hiperactividad. A veces me decía:  “Tu hiciste que me salieran más pronto las canas.”

Me acosté temprano pues estaba un poco cansado y tenso, pero mi sueño no fue tranquilo, debo haber tenido varias pesadillas pues despertaba sobresaltado. A las 7:30 sin desayunar, me despedí de mi madre y me enfilé rumbo a Tucson para estar puntual en mi cita.

 El Tucson Oncologic Center está situado al este la calle Erickson y es un enorme edificio moderno y funcional, con grandes espacios arbolados, equipado con todos los adelantos de la ciencia médica. Allí se concentran los mejores especialistas en la materia y lo visitan oncólogos renombrados de todo el mundo sobre todo en sus vanguardistas laboratorios de investigación.

A las 9:00 en punto me presenté en la recepción del hospital, di mi nombre y dije que tenía una cita con el Dr. Hollman, la recepcionista revisó una  gran agenda, habló por el intercomunicador y en un minuto ya era guiado por otra frondosa recepcionista a través de los amplios pasillos hasta una pequeña sala contigua a uno de los quirófanos. Allí me hicieron mi historia clínica, me tomaron sangre para unas pruebas de coagulación, me conectaron vía por venoclisis con suero salino, previa medicación anestésica ordenada por el Anestesiólogo, firmé mi consentimiento por si era necesaria una extirpación y me vistieron con una horrible bata de paciente. Pasado un rato llegó el gigantesco Dr. Hollman vestido con su traje de cirujano y me dijo alegremente estrechándome la mano:

- Químico Bernier, que bueno que hayas venido, no quiero que estés nervioso, esto no tomará mucho tiempo- bromeó un rato conmigo y me hizo sentir el calor y el apoyo de su amistad y acto seguido entró en un cubículo para lavarse las manos y brazos y ponerse la vestimenta aséptica, mientras que a mi me subían en una camilla rodante y me transportaban a la sala de operaciones. Ya dentro del inmaculado quirófano se encontraban la enfermera instrumentista, el ayudante del Dr. un residente médico japonés de nombre Kojio Okawa y el Anestesiólogo Dr. Jerry Nicols, los cuales me fueron presentados por el Dr. Hollman cuando entró con las manos en  actitud de saludo como hacen algunos púgiles al subir al cuadrilátero, al tiempo que la enfermera lo asistía a ponerse los guantes de látex. El Dr. Nicols me aplicó la mascarilla de la anestesia y en unos cuantos segundos todo se volvió niebla y luego oscuridad, enseguida hizo el intubamiento hasta la tráquea para mantener la vía libre de la respiración para oxígeno; el ayudante desinfectó la piel de la parte izquierda baja de mi abdomen aplicando una tintura antiséptica y después aisló la región con tela esterilizada dejando únicamente un cuadro para el trabajo de cirugía. Durante las maniobras que precedieron a mi sueño anestésico, curiosamente no me sentí nervioso en ningún momento.

El Dr. Hollman pidió a la instrumentista el bisturí e hizo una incisión no muy grande y ordenadamente fue separando capas de epidermis, grasa, músculo hasta encontrar el testículo izquierdo removerlo de su sitio hacia la cavidad abdominal acompañado de su cordón espermático; era inverosímil que mi testículo estuviera fuera de su tibia morada.  El cirujano manipuló y localizó el  tumor:

- ¿Con que aquí estás pequeño bandido? - dijo (pinzando el conducto para evitar cualquier diseminación), pidiendo una especie de microtomo con el cual arrancó un pedacillo de tejido tumoral y lo colocó en una caja de petri esterilizada con solución salina, misma que fue entregada a otra enfermera quien la llevó inmediatamente con el Dr. Paul Kropf  del Laboratorio de Patología, para que hiciera rápidamente el diagnóstico trans-operatorio; mientras esperaban cubrieron mi incisión con una gasa humedecida con solución salina estéril y platicaron sobre otras operaciones efectuadas y futuras ignorándome por completo.

Como a los veinticinco minutos, llegó el propio Patólogo con el resultado de la biopsia el cual enseñó al Dr. Hollman a través de la ventana. El médico leyó con avidez y dijo a los presentes:

- El Dr. Kropf identificó sin lugar a dudas, células de origen maligno.  Es necesario remover definitivamente el testículo para prevenir una metástasis.-

Si hubiera estado consiente hubiera sentido un estremecimiento, eso se los puedo asegurar; hubiera sido grotesco ver sobre la mesa instrumental en un recipiente, aquella parte separada de mi cuerpo, aquel testículo que formó parte de mi masculinidad durante toda mi vida; la pieza anatómica después de la orquiectomía fue llevada al Laboratorio de Patología para un estudio más detallado e identificar los tipos de células malignas. El Dr. Hollman terminó de cerrar y dijo:

- En un par de días quedará como nuevo- y después de agradecer a sus asistentes salió de prisa pues lo esperaba otra operación.

Cuando desperté ya me encontraba en el cuarto 142 del hospital, lentamente fui adquiriendo lucidez y empecé por preguntarme: ¿Dónde estoy? ¿Qué fue lo que sucedió?

De repente recordé todo e instintivamente llevé mi mano hacia mis testículos....faltaba uno... se me humedecieron los ojos, y no tanto por la perdida de él pues al fin y al cabo me quedaba otro que supliría sus funciones, sino porque quedaba la duda de si habría habido diseminación a otras partes del cuerpo, las temidas metástasis.

No le temo a la muerte, en mi trabajo estamos constantemente en contacto con ella, uno se endurece un poco más que la gente común porque sería estresante tomar a fondo los problemas y los sufrimientos de todos los pacientes; a lo que le temo es a la enfermedad en si, a la enfermedad que va consumiéndote poco a poco y termina con una agonía dolorosa y dramática además de destrozar a la familia y agotar los recursos económicos.

Una enfermera de origen latino me sacó de mis pensamientos cuando entró a mi cuarto y dijo en español con amable sonrisa todo el protocolo que se acostumbra. Me preguntó si sentía dolor, le dije que un poco en la herida quirúrgica, tomó una jeringa desechable e introdujo el líquido analgésico a través del tubo de la venoclisis que goteaba rítmicamente, tomó los signos vitales y me  preguntó si sentía hambre, en ese momento me di cuenta de que tenía mucha hambre pues no había ingerido alimentos en todo el día. El resto de la tarde y la noche las pasé tranquilamente dormido, seguramente me dieron algún sedante para el efecto.

Al día siguiente desperté temprano, era un día luminoso de julio y cómo no iba a serlo si era el día de mi santo; me levanté por mi propio pie fui al baño, me sentía perfectamente bien, desayuné y hasta prendí la televisión para enterarme de las noticias, en eso estaba cuando entró el Dr. Hollman:

-Hola, ¿cómo te sientes? - dijo leyendo mi expediente- 

- Muy bien - contesté, sólo que al caminar siento un gran desvalance hacia el lado derecho, pues me falta el contrapeso; el Dr. Hollman rió de buena gana.

“En unos cuantos días tendremos el resultado del Laboratorio de Patología, pero mucho me temo que tendremos que realizar una amplia cirugía exploratoria pues el tumor ya había alcanzado la red vascular y puede haber diseminación de células malignas.

- ¿Dónde quieres que te envíe el reporte?” preguntó el Dr. Hollman-

-A mi hospital con el Oncólogo Dr. Noris, conocido tuyo- dije pensativo. El Dr. continuó diciendo:

-Recupérate pronto, no quiero pretextos pues me debes la revancha por la serie de “racket ball” que me ganaste en tu tierra; -por la cuenta no te preocupes no habrá ningún cargo salvo tu estancia en el cuarto, de inmediato te daré de alta, ponte en contacto conmigo- Le di las gracias y le rogué se las diera también a sus asistentes a reserva de hacerlo por carta, nos despedimos con un fuerte apretón de manos y salió de prisa como siempre.

Salí del hospital y me dirigí directamente a una gran tienda que está por la calle “Speedway” y compré el encargo de Quiqui y antes de mediodía ya iba veloz por el “Freeway International 19” rumbo a Nogales sin sentir molestia alguna y pesando sólo unos gramos de menos. En casa de mi madre comí deliciosamente, hablé por teléfono con Eva y tomé carretera hacia mi hogar. Otra vez en el camino, con suficiente tiempo para pensar:

¿Qué le voy a decir a Evangelina? ¿Cómo voy a explicarle?

Se pondrá furiosa por no haberla enterado, pero le diré que todavía tenía la esperanza de que el tumor fuera benigno, y todavía peor ¿Cómo le voy a decir que el peligro no ha pasado y que me tienen que abrir en canal para revisarme? ¡Caray! No tengo seguro de vida más que el de la Institución y no es por una buena suma, y si estoy invadido de cáncer, ¿qué será de Eva y del niño?....Creo ser un hombre de bien, honrado, responsable, trabajador, ¿Por qué me tienen que pasar estas cosas a mi?  ¿Por qué no les pasa nada a los criminales, a los flojos, a los irresponsables? ellos viven rebosantes de salud y mueren hasta que les da la gana, ¡Que dispareja es la vida, no es justo!... Maldito cáncer, no te será tan fácil vencerme.

Necesito conocer más de mi enemigo, llegando a casa  me documentaré por medio de Internet o en la biblioteca del hospital. ¿Qué sé hasta el presente? ¿Qué es el cáncer?  Sé que es la desorganización y crecimiento incontrolado de las células de un tejido que forman un tumor maligno, células que parasitan y destruyen al organismo; sé que cáncer quiere decir cangrejo en latín y que el término fue dado por Hipócrates y Galeno hace muchos años porque creían que la enfermedad atacaba como los brazos de un cangrejo, se que hay tumores benignos o inofensivos como las verrugas y lunares, y malignos que toman diferentes nombres según donde se establezcan, en la piel y epitelios se llaman carcinomas, en el tejido conjuntivo, sarcomas; si involucran el hueso osteosarcomas, en el hígado, hepatomas; en glándulas, adenomas; en los glóbulos blancos, leucemias, etc.

La gente común, sobre todo las gentes de mayor edad dicen que antes ni se oía hablar del cáncer, que es una enfermedad moderna y tienen razón, ahora hay mejores medios de diagnóstico que identifican la enfermedad que antes era confundida con muchas otras enfermedades; la contaminación atmosférica con agentes químicos como las substancias y vapores del carbono y petróleo, algunos medicamentos, insecticidas, detergentes, etc. las ambientales como los rayos ultravioleta, los rayos X, están produciendo un incremento de este padecimiento asesino. También otros factores de orden genético, compuestos hormonales, la madurez y envejecimiento de las células del individuo. La única posibilidad de aplicar métodos curativos para este azote infernal, es el diagnóstico temprano cuando las lesiones malignas se hallan todavía circunscritas y no se han producido metástasis, y no es una enfermedad exclusivamente humana, también ataca a los animales, incluso a los de sangre fría, como las ranas, y los vegetales.

Afortunadamente hasta donde sé, el cáncer no es hereditario, por lo menos como enfermedad, aunque puede haber una predisposición condicionada por la herencia; tampoco se ha demostrado como argumento válido que sea contagiosa, cuando menos esto es un alivio.

Me preocupan las metástasis, el Dr. Hollman dijo que mi tumor tal vez haya alcanzado la red vascular, sé muy bien que las metástasis son especialmente frecuentes y que afectan a los ganglios próximos al tumor primario, sé que algunas células se desprenden de él y son transportadas por la linfa y por la sangre y que son sembradas en algún órgano distante, donde anidan y reproducen el tumor, esto me pone la carne de gallina.

Con estos y otros razonamientos, llegué por las calles Principal, Náinari y 5 de Febrero ya obscureciendo a mi casa poniendo mi mejor cara; se me hizo raro que Eva y el niño no salieran a recibirme pues conocían muy bien el ruido del automóvil al rodar por el callejón de estacionamiento; bajé mi equipaje y a la vez observé que las luces de la casa no estaban encendidas, cuando abrí la puerta, se encendieron las luces y me gritaron: ¡¡Sorpresa!! al tiempo que el grupo acompañado de sus instrumentos musicales me cantaba las mañanitas y me abrazaban felicitándome por ser el día de mi santo mientras Quiqui trataba de subirse arriba de mi para alcanzar su regalo. Eva me había organizado una pequeña reunión con las parejas más allegadas amigas de nosotros, fue una reunión muy agradable en la que ella nos preparó una exquisita cena, cantamos y brindamos moderadamente, como era día entre semana todos se marcharon temprano por compromisos de trabajo. Subimos lentamente los escalones hacia la planta alta y nos asomamos a la recámara del diablillo quien dormía plácidamente abrazado de su robot transformer, al entrar en nuestra habitación le dije serenamente: “m’hijita hay un problema...............”

Al sonar el reloj despertador, realicé mi rutina acostumbrada, y bajé a tomar un ligero desayuno, Eva estaba cariñosa y bonita como siempre aunque le noté cierta irritación en los ojos y ligera inflamación en los párpados. A la entrada del hospital, me encontré al Radiólogo Poncho Gracia  a quien puse al corriente de lo sucedido y acordamos más tarde visitar al Dr. Noris en el séptimo piso.

En el Laboratorio, todo estaba en orden salvo algunos reportes retrasados y algunos cultivos pendientes de interpretar los cuales puse al corriente de inmediato. A las 11:00 vino Poncho y nos dirigimos hacia el elevador para llegar al piso de Oncología, el Dr. Noris se encontraba  pasando visita a sus enfermos y de inmediato nos saludó; le pasé los saludos del Dr. Hollman y lo puse al tanto de mis acontecimientos y le dije que me había tomado la libertad de pedir que el informe de Patología se lo enviaran a él, agradeció la confianza y me dijo:

“Vienen tiempos muy difíciles, esto va a ser como en la montaña rusa, va  a haber subidas y bajadas, pero lo bueno es que al final del tortuoso camino el paseo tiene un buen final”

A los pocos días me habló al Laboratorio por el teléfono interno el Dr. Noris, diciéndome que le habían llegado los resultados y que quería comentar conmigo el reporte del Dr. Kropf. Subí de inmediato y al entrar a su oficina me dijo a quemarropa:

“No son buenas noticias, las células que encontraron son de naturaleza muy agresiva, era un teratoma o teratocarcinoma no seminomatoso con una combinación de tres tipos de células malignas, y por si fuera poco existe una cuarta mutación de células malignas de un epitelioma seminal o sea del tipo seminomatoso, es probable que ya hayan invadido el sistema linfático, es importante efectuar una cirugía exploratoria lo más pronto posible y luego iniciar un intenso tratamiento de quimioterapia y radioterapia”.

-En que tanto tiempo estimas que deba hacerse la cirugía?- pregunté preocupado.

-Dando tiempo a que te recuperes y a que dones tu propia sangre para la operación, calculo unas seis semanas-

Le agradecí su atención y le dije que estaríamos en comunicación constante. Salí del piso decaído y pensativo y así esperé la hora de salida.

Camino a casa pensé:

Se supone que yo soy el fuerte, debo conservar mi aplomo, tomar las cosas con calma y evitar que la familia se derrumbe.

Llegando a casa jugué un buen rato con Quiqui, me tomé una cerveza muy fría pues hacía un intenso calor y a la hora de la cena le dije a Evangelina:

- Llegó el resultado de Tucson -

- Sí, ¿y que dice? - preguntó con voz insegura.

Le empecé a explicar poco a poco lo que me había dicho el Dr. Noris, dándole tiempo a que me preguntara por las palabras técnicas que no entendía.

-¿Qué es un teratoma no semi...nomatoso? - fue su primera pregunta.

“Es el nombre científico del tumor que tenía en mi testículo, teratoma o teratoma embrionario quiere decir tumor de células deformes o monstruosas y, no seminomatoso quiere decir que el tumor no estaba asentado sobre los tubos que conducen el semen o tubos seminíferos” contesté tratando de ser lo más didáctico posible.

- ¿Qué es un epitelioma seminal?- “se llama también seminoma y son células malignas que germinan sobre el epitelio de los tubos seminíferos, o dicho de otra manera son células malignas que nacen sobre la “piel” de los tubos seminíferos; todas esas células son muy agresivas y pueden haberse escapado de ese sitio por la red vascular, por eso es necesario abrir el cuerpo y buscar en las partes cercanas al tumor.”

-¿Me entendiste?- pregunté no muy convencido-

-Sí, y ¿Es efectiva la quimioterapia y radioterapia?- dijo cuestionando de nuevo.

-Sí- le contesté aunque tienen algunos efectos secundarios.

 “Quimioterapia es un tratamiento con medicamentos muy fuertes que se llaman también citotóxicos porque atacan a las células cancerosas aunque también se llevan algunas células sanas, radioterapia es más o menos lo mismo pero en lugar de medicamentos se usan radiaciones atómicas.”

-¿Captaste la explicación?- 

-Sí- contestó con un ligero temblor en los labios.

-Tienes que ser fuerte, sólo así podrás ayudarme a afrontar este problema y animarme a vencerlo-  dije tratando de infundirle fuerza.

Con el objeto de pedir consejo, hablé nuevamente con el Dr. Hollman y le dije que no podía sufragar los gastos que implicaría tal operación, y me contestó que ese no sería problema, que él podría conseguirme todas las facilidades, pero que tenía de por medio una gira de trabajo por Canadá, Japón, Alemania e Inglaterra y que no era conveniente para mi esperar tanto tiempo, que si deseaba podía dejarme en manos de otro Oncólogo, o bien que me pusiera en manos del Dr. Noris que estaba suficientemente bien capacitado para resolver mi problema; opté por lo último, le di las gracias y le deseé mucho éxito en su gira.

El Dr. Noris me ordenó una serie de tomografías computarizadas de tórax, abdomen y pelvis para evaluar el grado de extensión de las posibles metástasis, con resultados alentadores, pues se veían normales y eso era un gran alivio. También empecé a juntar mi propia sangre en cantidad de cinco unidades para prevenir cualquier complicación como una no deseada hemorragia. La operación se planeó para los últimos días de agosto.

Hablé con mi madre, antes que la noticia le llegara por otra vía y le minimicé la situación para evitarle una más grande preocupación, para estas alturas ya la noticia circulaba por todos los ámbitos donde yo me movía, unos más enterados decían que tenía cáncer de colon y los menos enterados decían que moriría irremisiblemente pues estaba invadido de cáncer; “lástima tan joven” decían.

El plan operatorio era una linfadenectomía retroperitoneal, es decir remover o extirpar los ganglios linfáticos afectados y no afectados localizados en el área pélvica y en el área posterior del abdomen o sea el retroperitoneo.

Llegó el día indicado y acompañado de Evangelina y el niño, llegamos muy temprano al hospital a ellos los instalaron en una sala de estar donde tomaban café las enfermeras. Eva no quiso dejar ni por asomo a Quiqui, recordando lo acontecido en situación similar, le sobró quien lo cuidara y lo entretuvieron paseándolo por todo el hospital y se divirtió jugando con otros niños convalecientes en Pediatría. Yo estaba sobre la camilla móvil cuando llegaron el Director y Sub Director del hospital a desearme buena suerte y eso se los agradecí sobremanera.

El ayudante del Dr. Noris era un R3 es decir un Residente cumpliendo el tercer año de especialidad de Oncología de nombre Rubén Briz, la enfermera Instrumentista Fina Avelar, la Anestesista Dra. Bertha Brambila y un Interno de apellido Bilio los cuales ya se encontraban en el limpísimo y esterilizado quirófano. Cuando el Dr. Noris terminó de lavarse tras diez minutos de enjabonarse brazos y manos, empujó la puerta de la sala con el hombro y, con las manos en alto frente a su pecho, se dirigió directo a una mesa  donde estaban varias toallas esterilizadas y batas de cirugía, cogió una toalla y se secó las manos, después ayudado por la enfermera Avelar se puso la bata y se le ató por detrás. Acto seguido la Instrumentista abrió un paquete conteniendo un par de guantes de látex los cuales en su interior contenían talco para facilitar la introducción de las manos, la enfermera le presentó el guante izquierdo, cuyo puño estaba doblado hacia fuera y se lo “calzó”, le puso el de la mano derecha y después estiró los puños de ambos guantes  sobre los puños de la bata. Al voltearse vio mi cuerpo desnudo del pubis para  arriba, delgado de piel blanca tendido de espaldas sobre la mesa  debajo de los focos.

Yo estaba ya bajo los efectos de la anestesia, con el tubo intratraqueal colocado en posición mientras la Dra. Brambila fijaba el tubo con tela adhesiva en mis mejillas.

- Bien Ane, ¿cómo va todo?- preguntó el Dr. Noris.

- Bien Dr.- contestó la Anestesista, mientras lo miraba por encima de la mascarilla con sus bonitos ojos color café. Parado, con las manos cruzadas a la manera de ministro religioso, el Dr. Noris observaba  impaciente como  el Dr. Briz enjabonaba todo el pecho y el abdomen de mi pobre cuerpo, cuando le dijo:

-Va a acabar desgastando al Químico con tantas restregadas, creo que ya puede pintarlo-

-Yo lo haré- dijo el Interno Bilio, tomando  una pinza con gasa y mojándola en el recipiente del antiséptico. El Interno pasaba la gasa por toda la zona, extendiendo uniformemente el antiséptico de color rosa anaranjado que escurría por la gasa.

-Creo que eres mejor pintor que Doctor- dijo el Dr. Noris bromeando.

- Espero que sea lo contrario- contestó rápidamente el Interno.

El Cirujano se colocó al lado derecho de la mesa, pisó el pedal y la levantó hasta la altura necesaria para trabajar con comodidad, el Residente se colocó a su izquierda y el Interno al otro lado de la mesa. A su derecha la enfermera Instrumentista acercó la mesa con el instrumental y giró la bandeja en su soporte. La mesa quedó colocada entre los dos.

El Residente y el Interno extendieron una sábana verde con una abertura al medio que se extendía por todo el abdomen hasta el pubis la cual fijaron con pinzas a la mesa de operaciones, en la parte superior de mi cabeza  y escondida por la sábana estaba la Anestesista sentada en su taburete cerca del respirador y del recipiente de gas, y a los lados los soportes donde pendían las bolsas del suero y la sangre.

-¿Están todos listos?- preguntó el Dr. Noris.

- Sí- contestaron todos al unísono.

El reloj marcaba las ocho y quince minutos.

-Vamos pues- dijo, extendiendo la mano derecha donde la enfermera Instrumentista le depositaba el bisturí.

Con mano firme como el que está acostumbrado a hacerlo de rutina, el Dr. Noris efectuó la incisión larga aplicando exactamente la fuerza necesaria para cortar la piel  de color rosa y la grasa de un color amarillo, hasta llegar a la aponeurosis que es un tejido resistente que cubre los músculos.

-Hay una hemorragia- dijo el Dr. Noris apuntando el pequeño chorro donde el vaso había sido cortado.

- No escapará, lo tengo localizado -. Con la mano izquierda secaba la herida con una gasa, y con las pinzas hemostáticas en la derecha iba taponando los vasos sanguíneos, por el lado contrario el Residente hacía lo mismo con su sección separada de piel.

Llegar al interior del abdomen requiere de incisiones, cauterizaciones y ligaduras en los músculos y estaban empezando a hacer el primero de los trescientos o más nudos que se requerirían. El nudo de cirujano es un nudo doble que requiere de habilidad y destreza, cuando el Interno cortó el primer hilo el Dr. Noris le dijo:

-No Dr. Bilio, está cogiendo las tijeras como una costurera, el dedo pulgar y el anular van en los ojos de la tijera, y el índice, sobre la tijera para guiarla-

- Entendido- dijo el Interno.

Terminaron las ligaduras, quitaron las pinzas y enjugaron de nuevo los lados de la incisión.

- Fórceps- pidió el Dr. Noris para abrir la cavidad y dejar al descubierto la masa intestinal.

-Manipularé con cuidado los intestinos en su cavidad y luego necesitaré su ayuda para desplazarla- indicó el Dr. Noris.

-¿Cómo va eso Ane?- pregunto el Cirujano.

-Todo va bien, Dr.- contestó la Anestesióloga detrás de la sábana.

- Su pulso es de 85 y la presión de 130 x 85-

-Bien, ¡vamos muchachos levanten!- ordenó -.

Los dos deberían hacer ejercicio más seguido- les dijo bromeando.

Depositaron la masa intestinal alrededor de la incisión y el Residente la cubrió con unas compresas humedecidas con solución salina estéril para que no se resecara al aire.

-Bueno ahora estamos listos para explorar la región pélvica cercana al tumor primario- dijo el Dr. Noris satisfecho.

Lentamente fueron descubriendo y resecando las cadenas en forma de rosario de ganglios bilaterales con sumo cuidado, para evitar una posible diseminación de células por ruptura.

- Por aquí hay unos nódulos más grandes y con cambio de color que son sospechosos ten mucha precaución- dijo el Dr. Noris al Residente.

El trabajo continuó hasta llegar al tórax, donde interrumpieron y cortaron las cadenas que colocaron en recipientes adecuados para ser enviados al Laboratorio de Patología a cargo del Dr. Robinson. Ahora había que colocar nuevamente los intestinos en su lugar, los cuales permanecerían inmóviles todavía durante algunas horas; empezaron a cerrar por planos ahora a la inversa y cuando dieron la última puntada sobre mi piel el reloj marcaba exactamente las cuatro con quince minutos.

-Ane, ¿Cómo está el paciente?- preguntó el Cirujano

- Está bien Dr.- Tiene 82 pulsaciones y la presión es de 120 x 80.

-Ha sido un placer trabajar con ustedes, creo que han hecho un buen trabajo, Dr. Briz ¿Quieres dictar el informe de la operación?-

-Con mucho gusto- contestó el R3.

Al salir del vestidor, el Dr. Noris se dirigió a la pequeña sala de enfermeras donde se encontraba Evangelina que acusaba ya signos de cansancio y preocupación, mientras Quiqui pintaba sobre un libro de colorear.

“Todo salió bien conforme a lo planeado, el Químico está siendo llevado a la sala de recuperación y dentro de un rato lo trasladarán a su cuarto donde podrá verlo, aunque estará un poco adormilado” dijo el Oncólogo.

- Muchas gracias Dr. no tengo palabras con que expresarle mi  agradecimiento- dijo Evangelina como si le hubieran quitado un peso de encima.

- No es nada señora., Enrique es compañero de trabajo y amigo, le daremos un cuidado especial y mañana pasaré a verlo muy temprano- dijo alejándose a toda prisa.

No hubo contratiempos, la segunda operación fue un éxito, mi esposa, mis familiares, mis amigos y mis compañeros de labores estuvieron siempre al pendiente de mi, yo diría que con exceso. La recuperación fue lenta pero segura.

Sólo una noche permití que Eva me acompañara en mi cuarto de hospital, pues aunque el niño estaba al cuidado de mi madre y otros familiares yo no podía tranquilizarme tan solo de pensar que algo pudiera ocurrirle nuevamente.

Por las noches, cuando todo era silencio en el piso y en ocasiones oía los lamentos y llantos de algún desahuciado en fase terminal, pensaba en estas interrogantes: ¿Cual será mi destino? ¿Iré a terminar como ese pobre hombre, o lograré derrotar a ese terrible asesino azote de la humanidad? ¿Qué clase de lección estoy recibiendo ahora? ¿Qué clase de aprendizaje vamos a sacar mi familia y yo de esta situación de angustia? Tal vez tenga que ser, si salgo de esta, un poco más humilde, menos orgulloso, más humano, menos egoísta y aprender que la vida como las monedas tiene dos caras, una buena para cada adversidad. Mi pobre esposa se encuentra devastada, es muy joven y ya ha recibido la cara adversa de la moneda, está aterrorizada, la sola palabra cáncer es para ella sinónimo de muerte.

Al cuarto día el Dr. Noris me dio de alta del hospital y me mandó a casa con la correspondiente incapacidad del Instituto.

En casa, Quiqui maravillado insistía en ver a cada rato mi gran herida quirúrgica y hasta en una ocasión invitó a un vecinito con quien jugaba, a presenciar el espectáculo.

 A los pocos días, el Dr. Robinson de Patología, envió el resultado al Dr. Noris donde le comunicaba que había  encontrado una serie  de cinco ganglios afectados en los cuales se confirmó su origen maligno, ubicados en la región pélvica cerca del tumor primario, el resto de los nódulos linfáticos estaban dentro de la normalidad.

En mi primera revisión, el Dr. Noris me dio la opción de escoger entre dejar las cosas hasta allí, ya que existía la posibilidad de que al no existir el tumor primario y los ganglios afectados, el cáncer hubiera sido erradicado; o continuar con el siguiente paso, (dada la peligrosidad de las células malignas que pudieran haber escapado) mediante un tratamiento agresivo a base de citotóxicos y radiaciones. No podía correr riesgos ya había avanzado mucho camino, era imperioso aumentar a cien mi porcentaje de curación a pesar de las posibles complicaciones por el tratamiento. Opté pues, por seguir adelante, aunque existía el inconveniente de que la radioterapia tendría que realizarse en la Ciudad de México o en Estados Unidos.

Antes de iniciar el tratamiento, el Oncólogo me hizo ver la posibilidad de un daño leve o hasta irreversible en la espermatogénesis, es decir riesgo de infertilidad en mi único testículo y me sugirió almacenar mis semillas en un banco de semen; no se si, porque no creí en un daño irreversible, o porque ya tenía a Quiqui o por lo oneroso de la maniobra, dada mi situación económica tan precaria, opté por no hacerlo. En ese momento sentí que era la mejor decisión.

Pasado el tiempo de recuperación necesario, el Dr. Noris me canalizó, en el mismo hospital, con el Oncólogo Dr. Horacio Ricaud, un médico con un impresionante currículo, reconocido internacionalmente por sus aportes a la investigación clínica y por sus innumerables publicaciones científicas en el área de Oncología. Al presentarme ante el, le di las gracias por encargarse de mi tratamiento, a lo que él contestó en tono de broma: “después de unas cuantas sesiones, no vas a querer ni oír hablar de mi, hay gentes que cuando me ven por ejemplo en el supermercado, les da náuseas y hasta se vomitan tan solo de acordarse” Yo sólo respondí con una risa nerviosa al pensar lo que me esperaba por venir. Enseguida, hurgando en mi expediente clínico el cual contenía toda la información y las copias de los resultados de Patología, tomó una actitud seria  y me dijo:

“Químico, eres una persona joven y aparentemente resistente, eso espero, por lo que vamos a atacar esta mórbida situación de una manera muy agresiva; vamos a tratarte con cuatro ciclos de una combinación de Cisplatin-Etoposide y Bleomicina, cada ciclo durará tres semanas por una de descanso entre medio de cada ciclo, esto si no hay alguna complicación”.

Era fin de semana, el Dr. Ricaud  me ordenó  que me practicara un estudio hemocitológico o sea una determinación de hemoglobina, recuento de glóbulos rojos y leucocitos; una química sanguínea y una determinación de hormona gonadotrofina coriónica y alfa feto proteína que son substancias o marcadores específicos para identificar y cuantificar ciertos tipos de cáncer; no tuve que esperar ninguna cita, yo mismo me los hice.

El lunes temprano acompañado de Evangelina y el niño me presenté a la primera sesión de mi tratamiento en las instalaciones designadas para pacientes ambulatorios; el propio Dr. Ricaud me recibió y le entregué los análisis clínicos, los estaba leyendo cuando  lo interrumpió una enfermera que le dijo:

-El paciente de la sala dos está teniendo una reacción anafiláctica a uno de los medicamentos, ¿le aplico difenhidramina y epinefrina Dr.?”-

-Sí- contestó - pero será mejor que eche un vistazo, ahora vuelvo – dijo dirigiéndose a nosotros. Eva y yo tragamos saliva al mismo tiempo.

- Por lo que veo esto pasa todos los días- dijo Evangelina al tiempo que disparaba la pregunta -

-¿Qué es reacción anafiláctica?-.

- Es cuando el cuerpo se sensibiliza en contra de una substancia que hace las veces de antígeno o substancia ajena al organismo – dije tratando de no atemorizarla.

Cinco minutos después regresó el Dr. como si nada hubiera pasado. Iniciamos el primer ciclo, él personalmente me colocó el suero intravenoso con solución salina para diluir el medicamento que tenía un alto índice de pH o sea una fuerte acidez que una pequeña gota derramada en la piel causaba una ligera irritación. Esto se repitió todos los días durante la primera semana la cual toleré bien  pues las náuseas y los vómitos no fueron tan severos.

Pasado el primer ciclo, empecé a perder mechones de pelo, cejas y pestañas, aunque ya lo sabía me sentía deprimido y opté de una buena vez pelarme a rape ante las carcajadas de Quiqui que no cesaba en frotarme “la pelonera”.

En los siguientes ciclos me aplicaban la quimioterapia los lunes de cada semana, y las molestias fueron intensificándose, las venas de mis brazos que antes de iniciar el tratamiento sobresalían de mi piel al menor esfuerzo, fueron desapareciendo y cada vez resultaba más difícil encontrarlas para introducir las agujas, sentía un calor extraño dentro de mi pecho al pasar los medicamentos por la red vascular de esa zona y me dejaba un desagradable sabor de boca, perdía peso por la falta de apetito, sentía fuertes dolores de cabeza, me edematizaba reteniendo agua por una nefropatía temporal o mal funcionamiento de mis riñones, disminuía mi cuenta de glóbulos rojos y blancos, lo que me hacía propenso a la anemia y al ataque de gérmenes infecciosos por daño a mis defensas y a mi sistema inmunológico, amén de la náusea y el vómito, para controlar este último me recetaron cápsulas de tetrahidro canabinol.

Al terminar el último ciclo, un simple resfriado común se me complicó en una neumonía y además se me presentó como efecto secundario, una neuropatía muy molesta que al agachar la cabeza me originaba fuertes efluvios eléctricos en mis terminaciones nerviosas, las cuales descendían hacia mis extremidades inferiores especialmente a mis pies causándome dolor, al grado que tuve que usar número más grande en mi calzado para poderlo tolerar. Esta secuela fue disminuyendo progresivamente y desapareciendo en el transcurso de un año.

Verdaderamente me sentía agotado y enfermo, me daban ganas de abandonarlo todo y dejar mi salud a la deriva, pero Eva me alentaba y me daba fuerzas para continuar:

“¡Anda!- me decía, “voltea hacia atrás, mira el largo camino que has recorrido, no debes claudicar, se que es difícil pero debes tomar las cosas con más optimismo, ya sólo te queda un paso más, ¡Vamos, Adelante!”

Así transcurrieron los ciclos y así me recibió el nuevo año, todo estropeado pero rodeado de mi familia y amigos.

Hice un pequeño compás de espera y me di ánimos para enfrentar el nuevo reto: la radioterapia. Mientras esperaba, me dediqué a documentarme un poco acerca del tratamiento que iba a recibir, cuando menos los principios más elementales.

Aprendí que la radioterapia tiene como fin  la anulación de los tumores malignos por la acción de radiaciones que pueden destruir directamente las células cancerosas, o cuando menos anular su capacidad de reproducción, dependiendo en gran parte de la dosis aplicada; me enteré de que las células malignas son más sensibles frente a las radiaciones que las células sanas aunque estas últimas también pueden sucumbir por el mismo efecto; me informé de que la radioterapia puede ser radical o paliativa, el tratamiento radical era el conveniente en mi caso después de una cirugía del tumor primario y de ganglios linfáticos; investigué que el RAD es la unidad de dosis de radiación absorbida por el tejido y también algo que me dejó con una gran preocupación: las radiaciones pueden ser fatales debido a que pueden suprimir el sistema hematopoyético o sea destruir la médula de los huesos que es la que produce los glóbulos rojos, los leucocitos y plaquetas, originando con esto supresión del sistema inmunológico o de defensa, potenciales hemorragias, daño en la mucosa gastrointestinal, en el sistema vascular e incluso en el sistema nervioso central, a esto se le llama enfermedad de la radiación......se me erizó el poco cabello.

 Decidí que el tratamiento lo efectuaría en la ciudad de Tucson por la cercanía con mi centro de trabajo y por otras ventajas, así queme puse nuevamente en contacto con el Dr. Hollman, al que naturalmente tenía enterado del desarrollo cronológico de mi enfermedad. Me pidió que fuera a verlo para ponerme en contacto con el especialista más autorizado, y a la vez aproveché la oportunidad para pedirle me consiguiera las mejores facilidades para cubrir los gastos del tratamiento. Aceptó como un verdadero amigo.

Ya en el Tucson Oncologic Center (TOC), el mismo Dr. Hollman en persona, me llevó con el eminente Radiólogo Dr. Harry Scrivner reconocido mundialmente como uno de los hombres más avanzados en el campo de la radiología, me lo presentó y le hizo saber el especial interés que sentía por mi, recomendándole toda su consideración, cosa que le agradecí infinitamente.

Entregué al Dr. Scrivner una copia traducida de mi expediente clínico, mientras él lo leía sentado frente a su escritorio, observé a través de la ventana de su oficina una gran sala pintada de un color verde claro recubierta de la mitad hacia el piso con azulejo también de color verde claro, a la izquierda de la sala una especie de caja fuerte doble de gruesas paredes, con un contador en forma de reloj y una tapa por la parte superior por donde se introducían los elementos radioactivos para guardarlos con seguridad, a mitad de la sala una gran mole metálica de color “beige”, en cuya parte superior móvil estaba un receptáculo más o menos esférico o “bomba” donde se introducen materiales radiactivos como el cobalto y el cesio; bajo esa esfera que ostentaba la marca Toshiba, una mesa de exploraciones pero muy sofisticada con montones de controles para las más inimaginables posiciones; el Dr. Scrivner interrumpió mis observaciones cuando me dijo en inglés: “Enrique, tendremos que irradiar el área retroperitoneal, abdominal, para aórtica, pélvica y testicular, para tener la seguridad de eliminar cualquier célula cancerosa que esté oculta en algún recóndito lugar.”

¿Será una sola emisión de radiación masiva o será por zonas?- pregunté en un inglés no muy rápido.

“Prácticamente es imposible administrarla de una sola vez en un área tan extensa, deberemos recurrir al fraccionamiento en un número variable de sesiones administradas a lo largo de días y semanas, si no caeríamos  en manos de la enfermedad de la radiación con los indeseables efectos que esta produce” contestó el Radiólogo limpiando los cristales de sus lentes por enésima vez.

-¿Que tipo de fuente de radiación usará conmigo Dr.?-  volví a interrogar.

- Creo que en este caso será mejor utilizar la “bomba” de cobalto, es lo más apropiado médica y técnicamente - respondió, ahora pasándose el pañuelo por su extensa calva.

Pues bien Dr. estoy en sus manos, usted dirá cuando empezamos - le dije resignado.

“Hoy a las 3:00 P.M., vendrás aquí mismo para que te hagamos la planificación, el cálculo y el control del tratamiento conjuntamente con el equipo de físicos y técnicos, o sea una dosimetría clínica, además será necesaria una Biometría Hemática y un SMAC (multiquímica sanguínea), para conocer las cifras iniciales antes del tratamiento” me ordenó el robusto Dr. Scrivner.

Salí del hospital y comí un ligero refrigerio e hice un poco de tiempo mirando algunos escaparates en las tiendas y a las dos y media estaba de regreso en los sótanos del hospital que es donde estaban las unidades de radioterapia.

Mientras esperaba pude ver en otra de las salas una enorme unidad de color “beige” pero que por efectos de la luz interior daba la impresión de un color rosa tenue haciendo juego con el color de las paredes de la gran habitación. La parte superior en forma de un pequeño granero de esos que se ven en las películas del oeste, estaba sujeta a una grande esfera de acero donde podía girar los 360 grados; en la parte inferior de la parte móvil un cono por donde salían las radiaciones y más abajo una mesa de base cilíndrica con gran cantidad de controles, en la parte móvil anterior, escrita con letras en vertical decía Betatron y debajo de estas letras el nombre de la casa fabricante Siemens.

 A las 3:02 fui llamado por una guapa técnica que me condujo a un pequeño vestidor donde me proporcionó una horrible bata de paciente donde siempre queda al descubierto la parte trasera inferior, mientras me desvestía le pregunté a la técnica radióloga qué era la enorme unidad contigua, me contestó que era un Betatron o acelerador de partículas beta que permite la irradiación de tumores cancerosos internos, tuve que hacer un esfuerzo por recordar aceleradores de partículas en mis clases de físico-química por allá en el tercer año de mi carrera; recordé que el más antiguo acelerador era el tubo de rayos X que acelera electrones en el vacío comunicándoles una gran energía; cuando los electrones son frenados bruscamente, esta energía se convierte en rayos X. Ahora esas grandes unidades modernas comunican aceleraciones mucho mayores no sólo a electrones, sino también a protones, neutrones, etc. y así esas partículas aceleradas pueden usarse directamente, o ser frenadas y convertidas en energía electromagnética como los rayos gamma.

La técnica me guió hasta la mesa de la “bomba” de cobalto donde ya me esperaban el médico-radiólogo Scrivner, un físico nuclear otra técnica radióloga y una laboratorista; me saludaron amablemente, me acostaron en la mesa y empezaron a practicarme una serie de medidas, el espesor de mi cuerpo, la zona desde mi testículo hasta el tórax, mientras la laboratorista me succionaba hasta la “última gota de mi sangre”; luego, del cono de la “bomba” salió una luz que proyectó sobre mi tórax y abdomen una cuadrícula con números, la cual ajustaban en las diferentes zonas de futura radiación, todos esos datos eran anotados cuidadosamente para efectuar los cálculos de dosificación de radiación.

Terminada la maniobra, el Dr. Scrivner consultó su agenda y me abrió un espacio para el siguiente día a las 11:00 A.M., enseguida una enfermera me llevó hasta la Dirección del hospital donde una señora muy amable me pidió muchos datos y firmé mis hojas de compromiso sin ningún obstáculo pues tenía como aval al Dr. Hollman, uno de los grandes pilares de ese nosocomio. Cumplidos los requisitos enfilé mi automóvil hasta Nogales a casa de mi madre, donde me esperaban también Eva y Quiqui. El resto del día y parte de la noche los pasé tranquilamente.

Al día siguiente me presenté a la hora indicada acompañado de Eva y el niño a quienes no les permitieron la entrada a la sala de radiación para evitar cualquier riesgo por pequeño que este fuera, así que pasé nuevamente al vestidor y fui conducido hasta la mesa  móvil de la enorme unidad de la “bomba” de cobalto, donde me esperaba el Dr. Scrivner y algunos técnicos y técnicas que auxiliarían en el procedimiento.

- Buenos días-  me dijo el Dr.

“Hemos hecho la dosificación y hemos calculado que usaremos una radiación equivalente de entre 600 y 800 RADs dependiendo de la región escogida, en esta ocasión seleccionamos la región testicular que es donde se produjo el tumor primario y aplicaremos ochocientas unidades rad; no te pongas nervioso, no causa ningún dolor, te cuidaremos como a un bebé”. Acto seguido, me cubrieron toda la superficie que no iba a ser irradiada con una pesada tela rellena de plomo, acercaron a mi cuerpo la “bomba” cargada con cobalto radioactivo que emitió un sonido grave en el silencio de la sala, proyectaron la cuadrícula sobre mi zona testicular ajustando la posición con movimientos de la mesa; cuando todo estuvo listo, los técnicos desaparecieron de la sala y fueron a refugiarse a una estancia especial  mejor protegida contra radiaciones.

El Dr. Scrivner efectuó el disparo de radiación invisible que salió por el cono de la “bomba” por una abertura graduable delimitando un solo haz que avanzó en línea recta cuya dimensión se ajustó a la superficie preestablecida, por unos cuantos segundos.

Las radiaciones penetran en el cuerpo, avanzan en profundidad cubriendo el tumor o las células malignas, lo atraviesan y emergen en parte por la superficie opuesta a la entrada; esta penetración es más efectiva dependiendo de la calidad de la radiación y de la distancia entre el foco y el cuerpo. En mi caso ya estaba previamente calculado. Inmediatamente después aparecieron los técnicos y el Dr. Scrivner quien me dijo:

- ¿Ya ves que sencillo fue?-

“Vendrás mañana y toda la semana a la misma hora para irradiar las zonas faltantes y después cada semana para dar tiempo a la recuperación de los tejidos sanos”.

Me dio la mano y se alejó para atender al siguiente de los muchos pacientes que esperaban turno.

Cuando salí de la sala de radiación, Quiqui me acosó a preguntas:

-¿Qué te hicieron papi? ¿Te dolió mucho papi?-

- No hijo no me pasó  nada, te invito una rica nieve - le contesté.

- Sí pero hasta después que comas- intervino la aguafiestas de Evangelina, con la consiguiente cara de enojo del pequeño pillo.

Así transcurrieron los días de esa semana con las primeras manifestaciones de la radiación, como la eritema o enrojecimiento de la piel y pérdida temporal del bello en las zonas expuestas.

En el siguiente período me transportaba cada sábado desde mi centro de trabajo hasta el TOC acusando ya algunos síntomas como anorexia o pérdida del apetito, debilidad, náusea, vómito y fatiga extrema; provocados por una reacción sistémica cuyos mecanismos básicos no son muy bien conocidos, hasta que el Dr. Scrivner se dio por satisfecho y extendió su alta, no sin antes recomendar las revisiones periódicas a que debería someterme de por vida.