Capítulo 3

El NiÑo Clonado

 

 

Al  cesar la quimioterapia y la radioterapia, cesaron también los efectos secundarios excepción de la neuropatía, y lentamente fui recuperándome y volviendo a la normalidad, había hecho todo lo indicado por la ciencia médica para luchar contra tan temido mal; ahora era cosa de esperar y rogar por que las operaciones y los tratamientos hubieran sido efectivos y hubieran sido destruidas las células malignas en su totalidad.

La recomendación de los Oncólogos fue categórica al insistir en revisiones periódicas con tomografía axial computarizada cada seis meses, durante tres años; luego una vez por año, durante dos años más. Los médicos consideraban curada la enfermedad pasado un lustro, porque las estadísticas demuestran que la reincidencia en cáncer es más predominante durante los dos o tres años después de terminado el tratamiento.

Volví a mis actividades normales con renovada energía, nunca dejé de estar en contacto con mi Laboratorio en las temporadas cortas en que me sentía en buen estado, las cosas en mi trabajo marchaban bien y la eficiencia no se había menoscabado durante mi ausencia.

Pasado un lapso decidí practicarme lo que hacía tiempo venía posponiendo día a día  por miedo de enfrentarme a la verdad, una espermatobioscopía para evaluar el estado en que se encontraba mi espermatogénesis después de los tratamientos de quimio y radio terapia, o  dicho de otro modo, un estudio de mi esperma para saber el grado de producción de espermatozoides de mi único testículo después del tratamiento. Así que, deposité mi semen y lo coloqué en una estufa incubadora a 37 grados centígrados durante media hora, medí el volumen 5.0 ml, buena emisión; viscosidad normal al tiempo requerido.

Hice las maniobras para el recuento espermático y coloqué la cámara de vidrio cuadriculada sobre la luz del microscopio; creo que tardé más de un minuto en animarme a ver a través del binocular, cuando por fin enfoqué el campo microscópico, sentí un escalofrío al observar Azoospermia o ausencia casi total de espermatozoides, cuando mi cuenta normal era de 300 millones por centímetro cúbico, los pocos espermatozoides que encontré estaban ya en estado de degeneración algunos macrocéfalos o con grandes cabezas otros microcéfalos o con diminutas cabezas, sin cola o con dos colas, todos no aptos para la fecundación....me había quedado infértil.

Lentamente me levanté de mi asiento y sin que nadie lo advirtiera, me fui alejando hasta llegar a mi oficina donde di rienda suelta a mi desesperación, le di de puñetazos a la pared de madera de donde cayeron mis diplomas y fotografías quebrándose sus vidrios en mil pedazos, mientras que de mis nudillos brotaba la sangre como azorada por haberse visto obligada a salir de su cauce.

-¡No es esto lo que yo esperaba de la vida!- dije egoístamente, y luego volví a sumirme en mis pensamientos, yo quería una descendencia más generosa  con otros hijos e hijas, con muchos nietos que perpetuaran mi nombre; sólo me quedó Quiqui, tendré que decirle que en su momento tenga muchos hijos para que no se pierda nuestro apellido; nunca creí que por mi edad el tratamiento provocaría un daño tan severo, estoy en la lista negra de la estadística.

Pasada la crisis explosiva y un poco más calmado, me dirigí en busca del Dr. Ricaud para enterarlo del resultado de mi análisis, con la pequeñísima esperanza, casi nula, de que se pudiera aplicar un tratamiento que estimulara la espermatogénesis.

Lo encontré supervisando la administración de medicamentos a una buena cantidad de pacientes, algunos de ellos ya conocidos míos los cuales me saludaban con sus rostros tan patéticos como había sido el mío. Entre ellos estaban dos señoras mayores con diagnóstico de leucemia linfocítica crónica que en ese momento cruzaban por una etapa de exacerbación; también me saludó un joven Ingeniero Industrial de nombre Mario Salgado quien padecía de un adenocarcinoma de pulmón ya con metástasis que curiosamente era del tercer tipo de cáncer con el que estaba peleando en contra, lo acompañaba su esposa que denotaba en su cara una profunda tristeza porque estaba enterada que las posibilidades de cura de su esposo eran muy remotas....ella sabía que Mario había dejado de responder a todas las opciones de tratamiento, que estaba desahuciado y que en un lapso de unos dos meses todo terminaría. El Ingeniero Salgado me comentó en alguna ocasión:

“A veces quisiera que mi vida siguiera su curso natural, dejar todo esto y morir en paz, pero luego pienso en mi esposa y en mis dos pequeños hijos y empiezo a luchar denodadamente aunque mis posibilidades sean de una en un millón.”

¡Vaya que si yo lo comprendía bien!

- Químico- me saludó el Dr. Ricaud, invitándome a su oficina. Después de estrecharle la mano, le informé del resultado de la espermatobioscopía:

Era de esperarse- me dijo jugueteando con una pluma entre sus dedos-

“Tu testículo estuvo sometido a una fuerte emisión de radiaciones en la región pélvica y eso ocasionó un daño irreversible en las sensibles células encargadas de generar espermatozoides, desgraciadamente ningún medicamento ni procedimiento pueden regenerar el tejido afectado; por fortuna no se perjudicó la capacidad hormonal de producción de testosterona por lo que no se verán menoscabados ni la lívido ni la potencia sexual”.

Le agradecí profundamente al Dr. Ricaud por su explicación y salí del piso cabizbajo y pensativo. Camino a casa pensé:

 Bueno esto ya no tiene remedio, debo ver las cosas desde otra perspectiva, perdí mi poder de fecundar a cambio de mi vida, no está mal, tengo un hijo y una esposa a quien proteger y cuidar, mis familiares y amigos que me quieren...no está mal...no está tan mal; esta noche de sábado en lugar de entristecerme vamos a celebrar lo que sea, a cantar y a olvidar todas estas pesadillas.

Curiosamente llegué a casa contento y optimista y le dije a Eva:

-M’hijita de hoy en adelante dejarás de usar los anticonceptivos, ya no los necesitarás más-

Eva me miró con ojos de asombro y entonces le expliqué lo sucedido y le expresé mi manera de pensar al respecto diciéndole al final:

-No te preocupes, hay cosas más importantes en la vida, ustedes son lo más importante para mi -.

Pasaron los meses y Quiqui ya estaba restablecido de su quemadura, es decir la cicatrización era completa, ahora era el momento de empezar a reconstruir lo que la fatalidad había destruido. En nuestro hospital no sé por que razón, en ese tiempo no estaba cubierta la plaza para Cirugía Reconstructiva, así que empecé los trámites para trasladarnos al Centro Médico de Seguridad Social en la Capital de la República lo cual hicimos aprovechando mis vacaciones que obligadamente imponía la Ley del Contrato Colectivo de Trabajo.

Nos hospedamos por la Avenida Obregón relativamente cerca del Centro Médico y poco tiempo después nos plantamos los tres frente el enorme Centro; allí todo era en grande y aunque ya lo conocíamos por haber vivido muy cerca de él, no dejábamos de admirar sus enormes edificios asentados en una gran superficie, con agradable arquitectura y funcionalidad.

Nos dirigimos al edificio de Traumatología de aproximadamente doce pisos donde teníamos cita con el médico que haría la evaluación del pequeño paciente. Después de entregar los papeles de derechohabiente foráneo a la recepción, esperamos en  la sala general  atestada de pacientes y familiares de estos, los primeros con traumatismos de todas clases, desde enyesados por fractura de brazo hasta cubiertos con vendajes semejando momias egipcias; Quiqui observaba atentamente y después de cinco minutos, empezó a bombardearnos con más de mil preguntas.

Fuimos llamados por una recepcionista y llevados hasta el cuarto piso al consultorio del Dr. Olvera. El Dr. con su bata blanca de hospital, estaba de pie al lado de su escritorio, secándose las manos con una toalla de papel, amablemente nos invitó a pasar y tomando el expediente todavía sin integrar completamente, lo empezó leer y dijo: - Así que este es el pequeño Enrique -

- Quiqui- replicó inmediatamente el niño; el Dr. sonrió y tomándolo por la cintura lo subió a la mesa de exploraciones, tomando su cabeza entre sus manos comenzó a examinar, a palpar, a medir con una pequeña regla transparente con dispositivos curvos y a dibujar y a anotar datos en el expediente; mientras tanto yo me dediqué a observar a vuelo de pájaro el entorno, el Dr. Olvera tendría unos 45 años de edad, como 1.80 metros de estatura (por comparación con mi persona que mido 1.85 metros), blanco, de complexión atlética, con el pelo entrecano cortado casi a rape; en la pared algunos diplomas, uno decía Dr. Roberto Olvera, Presidente de la Sociedad de Traumatología del D.F., en otro un Postgrado escrito en inglés de la Universidad de Columbia y muchas más.

El Dr. habló:

“El niño tiene una gran área de quemadura que requerirá de varias intervenciones espaciadas, el  plan es ir resecando el tejido cicatricial, e ir estirando el cuero cabelludo bilateralmente hasta juntarlos, pero para eso tendremos que implantar primero un injerto o auto transplante homólogo de la propia piel del niño, en la región occipital de su cabeza con el fin de que posteriormente nos permita un estiramiento cómodo y uniforme”. Eva preguntó:

-¿De que parte obtendrán la piel, Dr.?

- De la región anterior del muslo - contestó el cirujano.

“Si el injerto no es rechazado, aunque esto es remoto, o no se infecta, en unos cuantos días podrá abandonar el hospital, les daré una orden para que mañana martes como a las 8:00 A.M. sea internado el niño para integrar su historia clínica y efectuarle sus exámenes de Laboratorio preoperatorios, solicitaré un quirófano para el miércoles porque están programadas otras operaciones para hoy y mañana”.

El resto de la entrevista fue más informal y de información, se enteró de donde procedíamos, que éramos compañeros de trabajo en la Institución y hasta envió saludos a un mutuo amigo Traumatólogo también, que laboraba en nuestro hospital, el Dr. Eugenio Díaz. Muy agradecidos por su atención nos retiramos y esa tarde la pasamos en el parque zoológico de Chapultepec para regocijo de Quiqui que no dejaba de admirar a todos los animales a los que íbamos visitando; por la noche cenamos en un restaurante vienés al que Eva y yo frecuentábamos cuando vivíamos en esa Capital,  donde servían unos exquisitos filetes acompañados de tarros de cerveza ámbar, amenizados por un buen pianista y el violinista Don Eugene Landowsky, a la luz de las velas; desde luego los ejecutantes nos reconocieron y de inmediato nos dedicaron las canciones que a Eva le agradaban más, al tiempo que Quiqui con un hueso en la mano se acomodaba entre los dos maestros.

Al día siguiente nos presentamos nuevamente en la Unidad de Traumatología y presentamos la orden de internamiento del niño, lo instalaron en un cuarto donde estaba encamado otro niño casi inconsciente como de siete años de edad el cual había caído de un primer piso fracturándose varios huesos y recibiendo seria contusión en cráneo, únicamente movimos la cabeza en señal de impotencia. La enfermera una señora pasada de carnes pero agradable, vistió a Quiqui con la consabida horrible bata de paciente que se usa en todos los hospitales del mundo, impresa con unas letras negras que decían Traumatología y el logotipo del Instituto; detrás de la enfermera llegó la técnica laboratorista una muchacha muy joven con su impecable bata blanca en cuya bolsa superior llevaba un gafete con el nombre de Rosa Rivera y su caja de implementos para la toma de muestras, de su bolsa sacó la orden médica de laboratorio, comprobó el nombre del paciente, el número de cuarto y cama, y leyó lo solicitado por el médico Olvera.

En la solicitud estaba escrito: Biometría Hemática, Grupo Sanguíneo y Rh, Tiempo de Sangrado y Coagulación, Tiempo de Protrombina, Tiempo Parcial de Tromboplastina.

Mientras la técnica preparaba los tubos de succión, Quiqui ya estaba nervioso y asustado a pesar de que yo lo había preparado de antemano, y sabía que iba a poner en aprietos a la laboratorista; y así fue en efecto, cuando ella ligó el brazo e introdujo la aguja de calibre 21 y de una y media pulgadas de largo, el niño movió el brazo haciendo que la técnica perdiera la vena y al tratar de localizarla de nuevo, provocaba dolor y el llanto desesperado del pequeño; Evangelina salió pálida del cuarto no sin antes pedirme con los ojos que interviniera; así lo hice, me identifiqué con ella y le supliqué que me dejara intentarlo, accedió de buena gana, tranquilicé al niño y efectué la maniobra con éxito, quité la liga, le puse un algodón con alcohol y le doblé el brazo, mientras Rosa, cronómetro en mano contaba el tiempo de coagulación de la sangre contenida en un pequeño tubo de ensaye.

- Cuatro y medio minutos, muy bien - dijo anotando la cifra en la hoja, después pinchó con una lanceta desechable el lóbulo de la oreja de Quiqui y tomó el tiempo de sangrado el cual tardó 3 minutos lapso dentro de los parámetros normales, acto seguido hizo un pequeño cariño al niño y me dijo:

- Mucho gusto en conocerlo- y se alejó para succionar a otros pacientes, por eso nos llaman hasta el presente los serviciales vampiros de Laboratorio.

La enfermera gorda llegó con el desayuno de Quiqui el cual la miraba desconfiado con sus ojos todavía húmedos. Mientras tomaba su jugo, Eva me preguntó:

- ¿Que clase de análisis son esos?-

- Son los pre operatorios, la Biometría es para la anemia y para el recuento de glóbulos rojos y blancos, el grupo sanguíneo y Rh ya sabes que es “O” negativo, y las demás son pruebas de coagulación.- No hubo comentarios.

Para las 10:00 A.M., ya habíamos hecho amistad con la enfermera gorda que resultó llamarse Sara Lira del Estado de Sinaloa, quien nos sugirió que diéramos una vuelta por el piso para explorar un poco y nos proporcionó unas batas de visitantes con todo y mascarillas, las cuales no nos volvimos a quitar, mientras permanecimos en el hospital; aceptamos y empezamos a caminar entre el trajín del personal del nosocomio, estábamos en la sección de Traumatología Pediátrica, nos asomamos en una de las salas generales y vimos encamados muchos niños de diferentes edades con diferentes traumas; había uno enyesado de sus dos piernitas al aire sostenidas por unos contrapesos que hacían torsión en ellas, otro con fractura de pelvis, otro con el cuello inmovilizado, otro con el cráneo roto y otros con múltiples fracturas; cuando salimos de esa sala, Quiqui estaba serio y Evangelina manifestaba en su cara una expresión de lástima, yo ya estaba acostumbrado.

Seguimos caminando y llegamos al pabellón de quemados, allí  el espectáculo no era para personas débiles de estómago, el cuadro sólo lo podría describir Virgilio como lo hizo en sus relatos de horror en su obra “La Eneida” de donde después se inspiró Dante. Le sugerí a Evangelina que mejor pasáramos por alto esa visita, pero ella insistió.

Para empezar, en la primera cama estaba una pequeña masa antropomorfa sin rostro sin cabello, sin posibilidad de determinar su sexo, edematizado, con la carne viva de un color rojo negruzco, con un líquido amarillento exudando de su cuerpo de olor característico de los que sufren quemaduras, inconsciente gracias a la medicación anestésica que le ayudaba a posponer los terribles dolores que vendrían al despertar. Era un niño que al estar jugando con un recipiente lleno de gasolina cerca de una estufa, se incendió provocándose quemaduras del tercer grado en el 70 % de su superficie corporal, el pronóstico no era muy alentador. Al lado de la cama, una humilde y atribulada madre lloraba en silencio al ver aquel producto de la negligencia y la fatalidad.

En una cuna, un bebé como de cinco meses de nacido, con horribles quemaduras del segundo y tercer grado en cara, cuello, tórax,  y brazos, se quejaba lastimeramente, respirando de manera acelerada, trataba de alimentarse de un biberón; fue víctima de una vela incendiaria caída de un nicho donde se veneraba algún santo; enseguida de la cuna, su madre con la cara demacrada y la vista perdida, se aferraba a su fe manipulando un rosario.

Enseguida una niña vendada en toda la cara a excepción del orificio de la boca y fosas nasales, recibió una explosión de gas en el horno de una estufa, probablemente quedaría ciega.

A mitad de la sala, un niño acostado boca abajo, descubiertas sus pequeñas nalgas espantosamente achicharradas con grandes ampollas y carne viva, nos veía con curiosidad a través de sus ojos tristes; el enfermero se acercó y nos dijo:

- A este lo sentó su padre en un gran comal, porque lo estaba molestando mientras tomaba con sus amigos-

Una inmensa ola de ira me invadió, sentí una gran indignación, renegué de la involucionada especie humana y casi me declaré partidario de la pena de muerte.

Había desde luego más pequeños encamados cada uno mostrando cuadros desgarradores, amén de los pacientes en recuperación que denotaban en sus cuerpos y rostros las horrendas cicatrices dejadas por las diferentes formas de agresión del elemento fuego.

Me asombré de la fortaleza y serenidad que exhibió mi esposa ante tan impresionante espectáculo, no cabía duda que esa fuerza la había obtenido a base de sufrimiento y constancia al atender a nuestro propio hijo.

Ya en el cuarto que nos había sido asignado, pensé, y así se lo externé a Evangelina:

- Es increíble nuestra capacidad de consolación ante la comparación de tragedias más grandes que las nuestras -

Efectivamente, la quemadura de Quiqui ahora nos parecía más insignificante, equiparada con la de algunos niños que vimos en el pabellón de quemados y hasta nos vanagloriamos de nuestra suerte, si es que se le puede llamar suerte  a una  desgracia como esa.

A media mañana, tuve curiosidad por conocer el Laboratorio de la Unidad de Traumatología y me dirigí al tercer piso donde estaba ubicado, allí me identifiqué con el Jefe de Laboratorio un Médico con especialidad en Patología Clínica de nombre Jorge Betancourt, quien amablemente se prestó a enseñarme las instalaciones y presentarme al personal profesional y técnico; observé que en algunas cosas estaban mejor equipados que nosotros y que tenían más personal, pero en otros departamentos, los superábamos, esto se debía según me explicó el Director, a que los trabajos especiales solicitados eran enviados a los Laboratorios Centrales dentro del mismo Centro Médico. Mientras me explicaba yo observaba la gran actividad desarrollada por los técnicos y técnicas que casi no se daban abasto, esto no me era ajeno ya que en los Laboratorios Institucionales lo que sobra es trabajo.

El Dr. Betancourt me presentó la planta de Químicos a sus órdenes, algunos egresados del Instituto Politécnico Nacional y entre ellos me encontré y me dio mucho gusto, a mi condiscípulo y coterráneo René Contreras a quien saludé efusivamente y quedamos de entrevistarnos de nuevo. El Dr. y yo platicamos sobre algunos problemas inherentes a nuestros cargos e intercambiamos algunos consejos para resolverlos satisfactoriamente; hablamos también sobre los eventos científicos programados para el presente año en las diferentes ciudades de la República y en especial en el Auditorio del propio Centro Médico, me despedí prometiendo volver en la primera oportunidad.

Regresé al cuarto piso con mi familia, al momento que un médico interno y la enfermera, hacían curaciones, medicaban y aseaban al pequeño enfermito vecino, separando la mitad del cuarto con una cortina de tela de color indefinido. En ese momento llegó también alguien del personal de cocina con la comida de los enfermos transportada en un carrito de acero inoxidable, le sirvieron a Quiqui su charola a base de sopa, puré de papa, verduras, carne molida, gelatina y agua de no sé qué; el percibir su olor me hizo pensar: ¿Por qué la comida de todos los hospitales huele y sabe igual? Mientras el niño comía, le dije a Evangelina que bajara a la cafetería a ingerir sus alimentos, para después hacer yo lo propio, así lo hizo. Cuando Quiqui terminó de comer le pregunté jugando con el:

-¿Que te parecen todos los niños enfermos?-

- ¡Pobrecitos! pero van a sanar como yo, ¿Verdad papi? -

- Sí hijo, van a sanar como tu - dije emitiendo un suspiro.

La tarde transcurrió tranquila entre libros de cuentos , libros de colorear y revistas; casi al oscurecer, se presentó el médico Residente para terminar de integrar el expediente del niño y tomar algunas medidas adicionales de la superficie quemada, el Dr. un joven moreno de finos modales nos dijo:

“Tenemos programada la operación para mañana a las 8:00 A.M. en el quirófano número tres, la enfermera del segundo turno le dará un ligero sedante para que pase la noche tranquila, y en la mañana se le aplicará la medicación pre anestésica. Si todo marcha sin complicaciones, en unas tres  horas terminaremos la intervención y estará listo para la siguiente etapa”.

Le agradecimos su atención y se retiró para seguir cumpliendo con sus quehaceres predeterminados. La enfermera del segundo turno nos indicó que la hora de visita ya había terminado y que únicamente se permitía una persona para acompañar al paciente, por lo que opté por retirarme no sin antes despedirme de Eva y el niño y comunicarles que estaría de nuevo con ellos antes de las ocho de la mañana.

Ingerí una ligera cena y me ubiqué en mi hotel donde hice un repaso de los acontecimientos del día, hice algunas llamadas telefónicas a mis familiares, vi un buen rato algunos programas de televisión, y después empecé a luchar por conciliar el sueño. Entre vueltas y vueltas en la cama y el reacomodo continuo de la almohada venían a mi mente imágenes y pensamientos de lo más variado, primero, en la operación del niño veía que el injerto con movimientos de una serpiente se negaba a aceptar su nueva posición mientras el cirujano luchaba por sujetarla y colocarla en su sitio; luego vino a mi mente la imagen del inocente niño que fue quemado en sus tiernos glúteos con toda deliberada intención por su propio padre, nuevamente me envolvió la ira y me vi golpeándolo despiadadamente hasta matarlo llegando al placer.... a la ira siguió el horror por el hecho consumado y luego la presencia acusadora de una mujer, una bruja desaliñada que me señalaba con su índice chueco y me decía con su boca desdentada y horrísona voz:

“No eres mejor que él, tu si eres un involucionado, eres peor que él porque conoces el pensamiento ético y haces lo contrario, porque la vida te dio más oportunidad que a nosotros, a nosotros que somos engendro de una sociedad política enferma de podredumbre y corrupción, que nos ha empujado sin miramientos a la vil miseria, a la más abyecta ignorancia. ¿Qué clase de Juez eres tú para tomar la vida en tus manos sin considerar los factores que nos obligan a descender en la escala zoológica? ¡Cura primero las enfermedades sociales y juzga después!”. De un brinco salí de la cama con la frente perlada de sudor frío y con el corazón latiendo exactamente a 95 pulsaciones por minuto, bebí un vaso de agua y después de serenarme pensé:

“Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.”

Por fin pude tener un sueño reparador y sin sobresaltos.

A las 6:30 A.M. timbró mi viejo reloj portátil dorado, que me acompañara durante toda mi vida de estudiante, y que muchas veces maldije por interrumpir con su estridente ruido algún delicioso sueño a punto de alcanzar;  realicé mis hábitos cotidianos biológicos y de aseo y me dirigí al restaurante del hotel donde bebí un licuado muy energético a base de leche, plátano y fresas cocidas con crema y almíbar, ¡mmmh sabroso!

Una hora después llegué a la Unidad de Traumatología y me dirigía resuelto al cuarto piso, cuando fui interceptado por una recepcionista recién llegada del planeta Marte la cual me dijo:

¿A dónde creé que va? Usted no puede pasar sin permiso-

Le presenté mi credencial y le esbocé mi más encantadora sonrisa. Me dejó pasar no se si por mi credencial o por mi arrebatadora personalidad, aunque yo pensé:

- Es que en el planeta rojo no ha de haber muchachos tan guapos como yo-

En el cuarto los dos pequeños pacientes dormían todavía y Evangelina, amodorrada se estiraba tratando de acomodar sus músculos y huesos a su posición original, había dormitado en una especie de sofá de no muy buena manufactura.

- Buenos días, como amaneciste- le pregunté,

- Bien - dijo- un poco triturada pero bien -.

En ese momento entró Sara la enfermera arrastrando un tripie con una bolsa conteniendo un líquido cristalino en su parte superior y emanando de ella el tubo de la venoclisis; Sara nos saludó y en ese momento despertó Quiqui.

- Arriba flojo - le dijo la enfermera al momento que le hacía cosquillas, Eva llevó al niño al baño donde hizo sus necesidades y lo bañó enjabonando perfectamente bien su cabeza y sus dorados cabellos, de regreso lo acostaron de nuevo y yo mismo me encargué de canalizar la vena a la bolsa de líquido, mientras la enfermera regulaba la cantidad de gotas por minuto, no hubo mucha reacción por parte de Quiqui, el ligero sedante todavía hacía su efecto. Momentos después llegó la camilla rodante arrastrada por un enfermero, y otra enfermera con la medicación preanestésica ordenada por el Anestesiólogo, la cual inyectaron a través de la porción de tubo de látex; acto seguido pasaron al niño fácilmente a la camilla y Eva tomándole la mano y yo enseguida, lo acompañamos hasta una salita muy cerca del quirófano número tres, Evangelina mostraba un poco de nerviosismo cuando entró el Dr. Olvera y saludando amablemente, nos pidió que tuviéramos calma, que no había por qué preocuparse y que no se consideraba la operación como cirugía mayor, enseguida salió rumbo al cuarto de lavado para luego entrar a la sala de operaciones donde ya lo esperaban perfectamente asépticos, el Residente, el Anestesiólogo, la enfermera instrumentista, otra enfermera ayudante y un interno.

Quiqui ya estaba dormido y el anestesiólogo estaba terminando de introducir el tubo intratraqueal por donde pasaría la corriente de oxígeno, para luego ponerlo en una posición sentado que facilitaría la maniobra del cirujano; por su parte el Residente enjabonaba repetidas veces y aseptizaba la región interna del muslo izquierdo del niño, mientras que la enfermera ayudante y el médico interno esperaban turno para limpiar y aseptizar escrupulosamente toda la superficie del cráneo, previamente rasurada antes de entrar al quirófano y en especial la región occipital donde se implantaría el injerto; la enfermera instrumentista acomodaba sobre su mesa de acero inoxidable con ruedas, los pocos instrumentos quirúrgicos que se emplearían.

El Dr. Olvera entró a la sala empujando las puertas con la espalda y manteniendo los brazos a la altura del tórax, para empezar el ritual de vestido que precede a la cirugía. Auxiliado por la instrumentista, se puso su bata estéril, sus guantes de látex su gorro y su mascarilla, al tiempo que los ayudantes colocaban las sábanas verdes aislando las partes que no tendrían interés como zonas quirúrgicas fijándolas a la mesa de operaciones.

El Dr. Olvera dijo:

- Supongo que habrán limpiado y pintado a conciencia la zona de implante, ya saben que el peor enemigo de los injertos es la infección.-

- Si Dr. - contestaron los involucrados.

-¿Cómo está el pequeño?- preguntó el Dr. dirigiéndose al Anestesiólogo-

- Muy bien, presión y pulso normales- contestó el interpelado.

-¡Entonces empecemos!- ordenó el Cirujano, pidiendo un lápiz quirúrgico para marcar en la parte anterior del muslo del niño la superficie que sustraerían para utilizar como injerto. Con mano firme el Dr. Olvera fue dirigiendo el bisturí a través de las líneas dibujadas hasta extraer una tira de tejido de aproximadamente 5 x 12 cm y la colocó en un recipiente con solución salina isotónica, mientras que el Residente taponaba los pequeños vasos sanguíneos de los que emanaba la roja sangre del pequeño paciente; después el mismo Residente esparció un aerosol antiséptico sobre la superficie y la cubrió con gasa estéril.

A un mismo tiempo, Cirujano y Residente se situaron en la parte posterior de la cabeza del niño, el Dr. Olvera hizo algunas observaciones al Residente, señalando algunos trazos al aire sin tocar la región occipital y enseguida empezó a resecar el tejido cicatricial formando un triángulo, mismo que fue sustituido por otro de las mismas dimensiones proveniente de la tira de la piel del muslo. Después de asegurarse que no quedaba ningún vaso sangrante, el Cirujano empezó a coser minuciosamente el injerto al cuero cabelludo, con un hilo muy delgado y resistente y cuando terminó la operación habían transcurrido dos horas y media.

El Dr. Olvera agradeció la ayuda prestada a los auxiliares y recomendó que introdujeran un antibiótico a la bolsa de venoclisis y ordenó que llevaran de inmediato el resto del tejido sobrante al Laboratorio para conservarlo mediante congelación en nitrógeno líquido, por si hubiera necesidad de utilizarlo de nuevo, en caso de un fracaso en el implante.

El Dr. Olvera llegó a la pequeña sala donde esperábamos Eva y yo y nos dijo muy sonriente:

“Todo salió muy bien, no hubo ninguna complicación, el injerto está en su lugar y esperamos que evolucione satisfactoriamente, pronto llevarán al niño a su cuarto, pero quiero pedirles que tengan mucho cuidado de que no se rasque ni se lastime para que todo marche correctamente”.

Después de darle las gracias pensé: menuda tarea nos espera para cuidar a ese niño tan inquieto.

Quiqui se recuperó rápidamente de la anestesia y lo llevaron a su cuarto, protegida su cabeza con un gran vendaje semejando un turbante que, mientras lo cambiaban y le quedaba el torso desnudo, parecía ni más ni menos un pequeño hindú encantador de serpientes al que únicamente le faltaba la flauta y el canasto con la cobra.

Antes de la hora de la comida, Evangelina se fue al hotel para asearse, cambiarse de ropa y descansar un poco mientras yo me quedé al pendiente de que el niño no fuera a despojarse del vendaje.

Por la tarde antes de oscurecer, fue a visitarlo el Dr. Residente, le preguntó si le dolía la herida quirúrgica de la cabeza y curiosamente contestó que lo que más le molestaba era la herida de la parte anterior del muslo, dejó algunas indicaciones en el expediente y se marchó para continuar con su trabajo.

Por la noche regresó Evangelina a relevarme, llevando consigo algunas revistas y golosinas para Quiqui, yo me retiré a descansar mucho más contento y relajado porque todo había salido bien.

Antes de dormirme, hice un análisis financiero de mi situación económica, vi que no era muy holgada, estaba operando con números rojos, y entonces empecé a planear la manera de incrementar mis ingresos; tenía que lanzarme a instalar mi propio laboratorio e incursionar también en la práctica privada, era necesario correr el riesgo y así lo decidí. Lo consultaría con mi esposa. 

El niño tuvo una noche más o menos tranquila, pero Eva no descansó mucho por estar al pendiente de cualquier movimiento brusco del pequeño, así que en cuanto llegué en la mañana, opté por mandarla al hotel y yo me quedé al cuidado de mi hijo. Ya desde temprano Quiqui estaba enfadado de estar en cama y cada vez me resultaba más difícil entretenerlo, le inventé toda clase de cuentos, uno de vaqueros espaciales donde capturaban vacas de dos cabezas con ojos en los cuernos, pero no lo convencí mucho, por eso aprovechando la visita a los enfermos del Dr. Olvera, le pedí su consentimiento para llevarlo a la sala de entretenimiento infantil del propio hospital, a lo cual accedió con las recomendaciones necesarias.

Esa gran sala era un manicomio, justo lo que Quiqui necesitaba, el solo entrar, “ponía en peligro la vida de un adulto” por doquier pasaban a gran velocidad los triciclos manejados por pequeños pacientes que hacían maniobras temerarias, chocando contra todo lo que estuviera en su camino, por allá se veía a un pequeño paciente enyesado de una pierna, pateando una pelota ayudado de una muleta, por acá, otros niños en sillas de ruedas compitiendo por las 500 millas de Indianápolis, más allá una niña con media cara vendada, sujetaba el extremo de una cuerda y en el otro extremo otra niña con un brazo enyesado daban vuelo a la cuerda para que una tercera niña con la mandíbula sujeta con alambres brincara al compás de una canción, por doquier se oían risas y el aparato de televisión a todo volumen pasaba una caricatura de los héroes del espacio; había muchas mesas donde otros pequeños pacientes coloreaban sus libros o jugaban en sus casitas de muñecas, por junto a nosotros pasó un desfile de niños con paso marcial, algunos con muletas, otros con la cabeza vendada, otros con los brazos enyesados, más bien parecía que regresaban de una sangrienta batalla, guiados por su heroico sargento quien se esforzaba por marcar el paso usando su prominente barriga como tambor; por allá una voluntaria perseguía a un niño gateando con quemadura en el pecho para devolverlo a su cuna, otra voluntaria peinaba a una niña como de seis años con fractura en la columna, y por allá algunos niños inmóviles con sus caritas tristes. Una enfermera recibió a Quiqui quien inmediatamente se integró al equipo de futuros cafres del volante.

Haciendo guardia como yo había otros padres que vigilaban atentamente a sus pequeños, enseguida de mi estaba en la ventana mirando hacia fuera los edificios del Centro Médico, un señor bajito de estatura, calvo con cara semejante a esos perros dormilones y vestido con un traje color verde chillón; cuando volteó me saludó con un gruñido:

- ¿Qué le pasó a su niño?- me preguntó con voz de bajo profundo, le conté toda la historia y a la vez le pregunté por su criatura.

“Es Raquel, aquella que está enyesada en la mitad del cuerpo, la atropelló un automóvil conducido por un júnior menor de edad, estaba ebrio y manejaba a exceso de velocidad, intentaba darse a la fuga cuando chocó con otro auto...mi hija quedará paralítica para siempre” dijo con una actitud de desesperanza absoluta.

- ¿Y el conductor está detenido?- pregunté tímidamente -

“Aunque no sacó ningún rasguño está dizque detenido en uno de los mejores hospitales de la ciudad, por lo pronto ya le quitaron el cargo de ebriedad y están argumentando imprudencia de la niña” dijo el chaparrito con amargura.

-¿Habló usted con el padre del  muchacho?- inquirí de nuevo.

-¡No que va! me envió a su abogado ofreciéndome diez mil pesos si dejaba las cosas en paz...como si el futuro que le espera a mi hija valiera esa irrisoria cantidad- contestó el hombre con humedad en sus ojos.

- Pero usted tiene que exigir justicia ante los representantes de la ley - dije indignado.

-¡JUSTICIA!- dijo alzando la voz y poniéndose más colorado que un tomate. 

“¿Pues en que País creé que vive usted? ¿Qué no sabe que la justicia está corrompida desde el simple policía hasta el más encumbrado hombre en puesto clave? ¿Qué no sabe que las leyes se hicieron para aplicarlas a los pobres a los ignorantes y a los enemigos del sistema en el poder?” Los influyentes y los que tienen  dinero están dentro de la ley así que pueden delinquir a sus anchas, las víctimas, esas somos las culpables”

Así desahogó su coraje el pobre hombre del traje verde brillante.

“De veras que hace falta un cambio total en todas las estructuras de éste País, ya se está desbordando la podredumbre y ya no es posible taparla con las mismas promesas sexenales de siempre” le comenté al padre de Raquel quien asentó afirmativamente repetidas veces con la cabeza.

Quiqui jugó toda la mañana y a la hora de la comida lo llevé a su cuarto para que ingiriera sus alimentos y reposara un poco, aunque todavía le quedaba cuerda para rato, ya Evangelina nos estaba esperando con una grande sonrisa.

Después de comer fui a visitar a mi colega René Contreras en el Laboratorio de la propia Unidad de Traumatología y lo encontré trabajando en su departamento especial, equipado con aparatos y utensilios para mi desconocidos. Lo primero que me dijo fue:

- Recibimos la tira de piel de tu hijo, yo mismo la preparé, ven para que te la enseñe- Lo seguí hasta un cuarto contiguo hacia un gran recipiente cuadrado de gruesas paredes de acero, lo abrió y enseguida se formaron grandes nubes de condensación de vapor de agua por la diferencia de temperaturas y protegiéndose la mano derecha con un grueso guante, tomó una larga pinza y sacó de entre otros muchos especimenes perfectamente rotulados, el recipiente donde estaba congelada a menos 215 grados centígrados por medio de nitrógeno líquido, la piel de Quiqui donde podría conservarse casi indefinidamente; me quedé maravillado al pensar que en ese trozo de tejido, estaban mis propios genes y los de su madre.

René me enseñó paso a paso su departamento de trabajo y yo estaba francamente impresionado; había una sala con grandes estufas incubadoras con mecanismos sofisticados para manipular en ellas los cultivos, las técnicas trabajaban con trajes especiales en los receptáculos escrupulosamente asépticos y muchas maravillas más, lo que me obligó a preguntarle:

- ¿En que demonios estás trabajando?-

- Cultivo células y hago tejidos– me contestó riéndose de mi curiosidad.

Verás - me dijo:

“Me becaron para especializarme en Bioingeniería Genética en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, el MIT, con el Dr. Robert Layter, es una especialidad en la que en un futuro no muy lejano, órganos y tejidos trasplantables podrán ser cultivados en el laboratorio, en otras palabras este laboratorio es una fábrica elemental de refacciones corporales. Hasta el momento estamos siguiendo los lineamientos del MIT y hemos logrado cultivar piel y cartílagos”

-¡Qué interesante! - contesté y....

-¿Cómo lo hacen?- volví a interrogar.

“Usamos células del mismo paciente receptor como materia prima, por ejemplo células de su piel, y las cultivamos con nutrientes adecuados sobre un bastidor del tamaño deseado hecho con polímeros artificiales y estímulos enzimáticos, las células se multiplican y crecen sobre la superficie del bastidor formando el tejido o la piel, con la ventaja de que es un tejido homólogo, y por lo tanto, son menores las posibilidades de ser rechazado por el sistema inmunológico del paciente receptor, esto es extraordinariamente útil para dotar de nueva piel a las personas que han sufrido quemaduras”

- ¡Asombroso!- exclamé.

-Y eso no es todo- dijo René emocionado con su trabajo:

“En el MIT ya han logrado cultivar unos cuantos nervios y dedos; el Bioingeniero Carl Hobson del Centro Médico de Carolina del Norte está cultivando tejido mamario a partir de células de grasa, que puede llegar a reemplazar los implantes salinos en aquellas mujeres que han sido sometidas a mastectomías; en la Universidad de Harvard el Dr. Anthony Battala en su laboratorio, ha creado vejigas que han funcionado con sus perros de laboratorio y los Bioingenieros Francois Aboyte y Lucie Kimball de la Universidad de Laval en Quevec, Canadá, están construyendo córneas por medio de la utilización de células humanas.”

-¡Sencillamente fantástico! no cabe duda que estás trabajando sobre una opción del futuro próximo en el presente- expresé.

-¿Y, actualmente están laborando sobre algo más grande, como un órgano digamos?- le pregunté a mi amigo con interés.

“Sí, aunque estas refacciones humanas, estimo que serán realidad allá por el año 2010- me contestó- El proceso de cultivo se parecerá a la construcción de un edificio: en primer lugar como los Ingenieros usaremos los planos computarizados del órgano, después construiremos una estructura tridimensional; el siguiente paso será añadir las células o sea las paredes, el piso y el techo del órgano y finalmente instalaremos la fuente de poder o sea la energía como el torrente sanguíneo; la estructura que será de polímeros artificiales, se disuelve y el resultado final será un órgano formado con sus propias células humanas homólogas. Es seguro que también sustituiremos los polímeros artificiales que producen inflamación, por la estructura natural que es el colágeno” contestó René visiblemente emocionado.

Mi amigo y yo platicamos sobre otras muchas cosas, sobre recuerdos de la Facultad, sobre nuestros mutuos amigos, sobre nuestros planes futuros y por fin me despedí para reunirme con mi familia.

Por la tarde, el médico Residente, el interno y una enfermera, revisaron el injerto y la herida quirúrgica en el muslo del niño, hicieron la curación y cambiaron las gasas y las vendas, el gesto del Residente fue de satisfacción cuando dijo:

- Va evolucionando bastante bien- después le hicieron tomar sus medicamentos, probablemente un antibiótico y un anti inflamatorio y se marcharon para seguir con su rutina diaria.

Así transcurrió el tiempo sin novedad, hasta que al cuarto día el Dr. Olvera decidió dar de alta a Quiqui, satisfecho por el éxito del implante practicado. Nos dio la orden médica para surtir los medicamentos en la farmacia, las mismas recomendaciones para el cuidado del niño y nos citó cada tercer día para ir evaluando el progreso de curación.

Nos despedimos de los empleados del hospital, de algunos niños con los que Quiqui había hecho amistad y salimos complacidos de la buena atención recibida tanto médica como del personal del nosocomio.

Los siguientes días los dedicamos a que el pequeño conociera algunos sitios de interés, entre ellos el Museo del Niño, o bien visitando a varios colegas y viejos amigos, algunos de ellos ya felizmente casados, hasta que el Dr. Olvera se convenció de que ya no había peligro de rechazo inmunológico del injerto y de que no se había presentado ninguna infección.

-Estaremos listos para continuar con la siguiente etapa dentro de ocho o diez meses- dijo el Dr. despidiéndose de Quiqui, con una cosquilla en el costado.

Muy agradecidos y contentos nos regresamos a nuestro hogar en nuestra querida tierra.