Capítulo 1

    El NiÑo Clonado

 

 

 

Soy Enrique Bernier Doctor en Genética Molecular. Tal vez usted ya me identificó pues mi nombre y también los nombres de mis colegas, han destacado en todos los medios informativos del mundo a raíz de la develación de nuestro secreto guardado por tantos años, por un indiscreto reportero científico de prestigiada cadena informativa.

Son varios los motivos que me impulsan a escribir este libro: primero, desmentir y aclarar muchas falsedades e imprecisiones que se han dado en torno al caso; segundo, el deseo de externar algunos de mis sentimientos que han estado aprisionados durante mucho tiempo y el anhelo de compartir con la humanidad mis experiencias e inquietudes; tercero, la insistencia de una importante Editorial que ha comprado mis derechos y me ha dado libertad para escribir a mi manera, lo que prácticamente viene a ser la historia de mi formación científica.

Así que aquí estoy frente a mi computador a base de ARN el mismo que ha revolucionado la ciber-tecnología, que aunque es mucho ordenador para simples archivos de texto, es el único que tengo. No sé ni cómo empezar puesto que ni siquiera soy escritor y la Literatura nunca fue una de mis materias favoritas, antes al contrario me resultaba aburrida y me provocaba somnolencia, pero como la Editorial quiere una buena historia aprovechando mi fama Internacional empezaré por relatarles que:

Mi verdadera vocación fue hacia las ciencias exactas y las Ciencias Biológicas motivo por el cual, al terminar mis estudios de Preparatoria me enfilé directamente a la Capital de la República sede de la Universidad Nacional Autónoma de México, la que fuera la primera Universidad en América fundada en 1551, otrora llamada Real y Pontificia Universidad de México, a inscribirme en la Facultad de Ciencias Químicas para cursar la carrera de Químico Biólogo.

                                                        

El primer año de la carrera es el más difícil, porque la mayoría de los estudiantes, no están acostumbrados a estudiar como se debe, y por ser un período de ajuste emocional, pero una vez superado esto, las cosas marchan mejor.

 

Así que mi vida estudiantil transcurrió sin contratiempos mayores (matizada de agradables vivencias y también de sinsabores), entre matraces, pipetas y aparatos de precisión algunos de ellos tan sofisticados que se me antojaban objetos traídos del espacio exterior. En las aulas y laboratorios fui desentrañando los misterios de las combinaciones químicas tanto orgánicas como inorgánicas; el maravilloso equilibrio entre la química y la célula viviente, las reacciones inmunológicas, las leyes de la genética, la síntesis de medicamentos y tantas otras cosas que lentamente me iban transformando de alquimista en un profesional de las Bio-Ciencias.

 

En mis primeras vacaciones de diciembre me enfilé en compañía de otros estudiantes amigos y coterráneos, rumbo a mi ciudad natal, frontera situada en el noroeste del país en el Estado de Sonora; después de un agotador viaje de 45 horas atisbamos los desnudos promontorios cerriles que caracterizan a mi pueblo. Nogales es una ciudad limítrofe con el Estado de Arizona, fundada en 1880, que aunque no es muy bella, es muy hospitalaria y recibe a propios y extraños con el mismo calor que recibe a sus hijos ausentes.
Así entre reuniones y fiestas, celebramos la Navidad y nos preparamos para recibir el nuevo año y lo celebramos jubilosamente como es habitual, muchos abrazos, buenos deseos, alegría, copas, serpentinas, etc. Fue en ese momento en un restaurante cuando conocí a Evangelina una preciosa mujer y al momento quedé impactado por su hermosura su porte y su risa. Me las ingenié para conquistarla y propiciando el ambiente más adecuado para incitar al romance, con luces tenues, música suave, hermosa vista panorámica con blanco paisaje invernal, surgió entre los dos como efecto inmediato una afinidad y una corriente afectiva que se desbordó transformándose en amor.

 

Pero mis vacaciones terminaron y pronto me vi escogiendo los horarios para mis nuevas materias académicas del último año de mi carrera. Las clases se hicieron más complicadas y las prácticas más laboriosas. El tiempo fue transcurriendo rápidamente y llegó el período de los exámenes finales, y con ellos los consabidos esfuerzos, angustias y desvelos los que afortunadamente logré superar con éxito.
 

La tradicional ceremonia de “Quema de Batas” para celebrar la culminación de los estudios de toda la generación, se efectuó conjuntamente con todas las demás ramas de la carrera en el amplio patio de la Facultad. Allí convivimos: Ingenieros Químicos, Químicos, Químicos Metalúrgicos y Químicos Fármaco Biólogos en un ambiente mezcla de alegría y tristeza, en una algarabía donde por doquier se oían conjuntos orquestales de marimba, grupos de pasantes entonando canciones, yo entre ellos, baile y desde luego y a escondidas, bebidas alcohólicas destiladas científica y técnicamente en nuestros propios laboratorios. A medida que las horas transcurrían y los vapores etílicos hacían su efecto, aumentaba también el regocijo estudiantil.
 

Para el anochecer se encendió a mitad del patio, una gran pira de leña que reflejó en los edificios el contraste en movimiento de la luz y las sombras a gran aumento, y empezó la culminación de la ceremonia que consistía en brincar la pira repetidas veces y al final despojarse de la bata y arrojarla al fuego, simbolizando con eso el fin de la época de estudiante. Cuando se escucharon las notas de las tristes “Golondrinas” se desbordaron los sentimientos y se vieron y escucharon llantos, risas, abrazos, buenos deseos de éxito, despedidas, fotografías, etc...Ya no nos veríamos a diario en las aulas o tal vez nunca más nos volveríamos a ver, sobre todo a los estudiantes extranjeros; al abandonar la escuela y a mis queridos compañeros y maestros, me robaron y les robé un pedazo de corazón.
 

Como violento huracán dejé la Ciudad de México rumbo a la frontera para reunirme con mis familiares y amigos, pero especialmente con mi novia Eva, la cual no veía desde hacía meses aunque nunca dejamos de estar en contacto. Ahora que ya había concluido mis estudios y tenía abierto un mejor porvenir, aunque todavía faltaba el último esfuerzo, llevaba toda la intención de transformar nuestro noviazgo en un compromiso formal.
Y efectivamente, nos casamos en el mes de enero en un día muy feliz, la boda fue un éxito y por supuesto la novia lucía radiante y hermosa como siempre con todo el vigor y la lozanía de sus veinte años.

 

Muy pronto me encontré trabajando en el Hospital FerroNaMex, donde a la vez cumplía con el Servicio Social exigido por la Universidad. Allí aprendí a aplicar los conocimientos adquiridos en las aulas y a tener contacto con el sufrimiento de los pacientes externos y hospitalizados. Roté por los departamentos de Hematología, Química Sanguínea y Enzimología, Bacteriología y Parasitología, Inmunología etc. adquiriendo la experiencia y la confianza necesarias para mi desenvolvimiento futuro, trabajaba duro y me cansaba pero valía la pena llegar a mi hogar al que Eva había dado un toque mágico y de buen gusto.
Un día del mes de febrero por la mañana muy temprano al salir a trabajar, Eva, esbozando una sonrisa me dio una pequeña bolsa conteniendo un recipiente con orina y me dijo: - A ver que sale - y vio el asombro reflejado en mi cara.
Llegando al laboratorio después de ordenar mi trabajo, me puse a determinar las gonadotrofinas coriónicas en la orina de mi mujer, y al saber el resultado lancé un grito que llamó la atención de mis compañeros y compañeras de trabajo al tiempo que les decía sonrojado: - Estoy emba... - es decir, voy a ser papá- mientras todos se reían y me felicitaban. Este acontecimiento nos llenó de alegría y nos hizo soñar en un futuro mejor a medida que su vientre se iba abultando y contenía apenas al terremoto que se estaba gestando.
 

Casi a mitad del año me presenté en el departamento de pasantes de mi Facultad con el fin de escoger la disciplina científica sobre la qué versar mi tesis profesional, y escogí la Inmuno Parasitología. Fui canalizado al departamento de Parasitología de la Escuela de Medicina en la propia Ciudad Universitaria, con el Dr. Biagi que estaba desarrollando, junto con otros colaboradores, una prueba para detectar la cisticercosis cerebral, (una enfermedad parasitaria que se adquiere por consumir carne contaminada de cerdo mal cocida), mediante una reacción inmunológica colorida observada al microscopio con luz fluorescente. A ese programa me integré yo y de inmediato me aboqué a conseguir el material biológico en pacientes idóneos para el caso, en los hospitales civiles, en los depósitos de cadáveres y en las salas de operaciones de Neurocirugía. Invertí mucho tiempo y trabajo en esta investigación, las reacciones las efectuaba en suero sanguíneo y líquido cefalorraquídeo o líquido cerebro-espinal de los pacientes enfermos y sanos; a medida que iba también ideando el nombre de mi tesis a la que decidí por fin titular con el rimbombante nombre de: “Reacción de Inmunofluorescencia para diagnóstico de Cisticercosis”.
 

Para fines del mes de septiembre, Eva y yo decidimos que lo mejor era que se trasladara a Nogales para el alumbramiento, ya que en esa ciudad podría tener las atenciones necesarias de nuestros familiares, cosa que para mí se dificultaba enormemente por razones de trabajo y elaboración de tesis.
Así lo hizo y para el día veinte de octubre empezaron las primeras contracciones uterinas las cuales progresivamente fueron aumentando en frecuencia y se prolongaron angustiosamente hasta el día 23, fecha en la que por fin pudo ver la luz primera un varoncito de fuertes pulmones. Fue mucho el trabajo de parto que el niño dio a su madre, tanto que a veces pienso que tal vez, sintió la premonición de dolor, sufrimiento y muerte temprana que el destino le deparaba, y tal vez por eso, se negaba a abandonar la seguridad y tibieza del claustro materno.
 

A los quince desesperantes días, pude al fin reunirme con ellos en mi pueblo natal y pude observar por primera vez a mi pequeño hijo quien dormía apacible y sereno sobre su cuna, al momento que a mi me invadía en el corazón una alegría y ternura inconmensurables como la de cualquier padre al contemplar a su tesoro mientras sueña; y su madre más bonita y radiante que nunca, con ese fulgor de placidez imperceptible que rodea al asombroso proceso de la maternidad.

Mi esposa me regaló un ser invaluable para mi y estoy seguro que se esforzó de alguna manera para escoger los genes que más me representaran físicamente. De ella sacó sus ojos aunque de un tono café verdoso, el amor al prójimo y a los animales, la ternura, la disposición para el comercio y lo obstinado; de mi: lo longilinio, lo inquieto, lo impaciente, el buen humor y la inclinación hacia la música entre otras cosas.
Con nuevo retoño, regresamos a la Ciudad de México, donde cambiamos a un nuevo departamento más amplio ubicado en la Colonia del Valle, que Eva supo decorar magistralmente, compramos algunos muebles y nuevamente me reintegré a mis obligaciones.
En una ocasión, cuando ya el niño tenía un año, encontré a Eva pálida y con los músculos laxos.
 

-¿Qué te pasa? - le pregunte enseguida. Poco a poco empezó a contarme el susto tan grande que se había llevado cuando de repente dejó de oír los sonidos de los cascabeles de los zapatos y los balbuceos y tonadas que el niño solía entonar.
-¿Dónde estás Quiqui?- preguntó sin recibir contestación alguna. Alarmada empezó a buscarlo en una recámara, en otra recámara, en el baño, debajo de las camas, en los closets, en el ropero, etc. sin encontrar nada. De inmediato pasó por su mente la idea de que algún roba niños hubiera abierto sigilosamente la puerta y secuestrado al pequeño; salió como loca a la calle para buscar algún indicio y regresó al departamento ya presa de la histeria para avisarme por teléfono; justo cuando estaba marcando, oyó un “ji ji” dentro del ropero y allí se encontraba el pillo perfectamente camuflado debajo de algunas cobijas. Después de soltar ambos la risa, sentenciamos al pequeño sádico a media hora de cosquillas, con las consabidas carcajadas que se oyeron por todo el edificio.

En el mes de noviembre, completé los casos necesarios para terminar mi trabajo de tesis y luego, todo ese mes me dediqué a escribir, ordenar y editar en imprenta mi investigación, en un libreto con pastas de color azul claro. El siguiente paso fue entregar mi tesis en el Departamento de Pasantes de mi Facultad para revisión, cosa que se llevaría cuando menos todo el mes de diciembre.
Mientras tanto el diablillo de Quiqui hacía sus gracias y travesuras hasta dejar a su madre extenuada. Cuando yo llegaba corría a recibirme a toda la velocidad que daban sus pequeñas piernas al tiempo que gritaba alegremente ¡papi, papi!, me besaba y al hacerlo, embarraba mi corbata con su paleta de sabor de fresa. También era un espectáculo cuando entraba corriendo a la sala con su pequeño pantalón de mezclilla, enseñando impúdicamente la mitad de las nalgas sin mostrar el menor respeto para las visitas. Pero tenía un exacto reloj biológico para dormir plácidamente por la noche, al principio su madre le cantaba una vieja canción que rezaba:
                                                                  Tengo un pájaro azul dentro del alma,
                                                                  un pájaro que canta y que solloza. . . . .

y curiosamente rompía en llanto, pero no un llanto abierto sino un llanto lastimero, y aunque Eva le cambiara de canción, él insistía en que fuera la misma tonada, lo cual se repitió durante algún tiempo. Nunca nos explicamos el por qué de esta especie de masoquismo musical.

El 10 de diciembre me habló mi hermana María Elena para informarme sobre lo que ya era inminente, la muerte de nuestro padre.
Con gran dolor me trasladé a la frontera para acompañar a su última morada a aquel buen hombre que siempre me apoyó, que acarició con ternura mi cabeza y la de mi hijo, que fue capaz de inculcarme los más altos valores morales, pero que ahora cumplía con el final del estricto ciclo de la vida. Con todo respeto escribí en mi tesis una dedicatoria a su memoria: “A mi padre buen hombre y magnífico ser, quien por escaso tiempo no vio cristalizadas sus ilusiones en mí”
Los planes cambiaron y mi presencia se hizo necesaria para arreglar ciertos asuntos familiares que me obligaron a permanecer un tiempo en la frontera motivo por el cual decidimos hacer un cambio radical y establecer nuestra residencia en Nogales por muchas razones.
Tristes pero juntos celebramos Navidad (en la que al diablillo de Quiqui le llovieron regalos) y el nuevo año.
 De nueva cuenta yo solo en la Ciudad de México, me hospedé con mis antiguos compañeros mientras preparaba el paso final, el temido examen profesional.
 

En el departamento de pasantes, aprobaron mi tesis, me fijaron fecha de examen para el 13 de mayo y me designaron al jurado de seis sinodales que habrían de examinarme, todos ellos maestros sabios con maestrías, doctorados y uno que otro premio nacional de ciencias; tan solo verlos me producía urticaria.
Me dediqué con ahínco a estudiar después de mis horas de trabajo, pero hube de renunciar dos meses antes del examen para tener tiempo completo y recopilar datos en las bibliotecas, especialmente en la biblioteca de la Facultad.
 

El 6 de marzo mis familiares me avisaron por vía telefónica la mala noticia de que a Eva la habían internado en el hospital del Rosario, por un fuerte dolor en el vientre y que la estaba atendiendo el Dr. Alcaraz. Nervioso me comuniqué con el cirujano a quien conocía bien y después de saludarlo le pregunté:
 

-¿Qué le pasa a mi esposa Dr.?- es un caso de apendicitis con el clásico dolor de rebote en fosa ilíaca derecha- contestó.
-¿Cómo está la fórmula blanca?- volví a preguntar.
- Justamente acabo de recibir el análisis de laboratorio y acusa una leucocitosis de 15,000 con 78 segmentados y 6 bandas; ya está anestesiada en el quirófano y la voy a operar, no te preocupes, todo va a salir bien y yo mismo te avisaré dentro de un rato–
- Gracias Dr.- dije agradecido.
-¿Qué pasa?- me preguntó Leonel Baza quien era pasante de Contador.
- Eva sufrió un ataque de apendicitis aguda con leucocitosis y neutrofilia y la están operando- dije automáticamente.
-¿Y que diablos es eso traducido al español?- preguntó Billy Williams aprendiz de Ingeniero -
“Te explicaré, una leucocitosis es un aumento de glóbulos blancos en la sangre cuando hay una infección, normalmente se encuentran entre 5,000 y 8,000 por mm cúbico, y una neutrofilia es el predominio de glóbulos blancos cuyo núcleo es segmentado y también aumento de otros glóbulos blancos cuyos núcleos toman forma de “C” o “S” que se llaman bandas lo que indica que la infección es aguda, ¿entendiste?”
-No, dijo rascándose la cabeza- al tiempo que recibía una lluvia de almohadazos.
 

Al poco tiempo recibí el telefonema del Dr. Alcaraz, donde me informaba que todo había salido bien y que al día siguiente en la tarde podían llevársela a casa. Le di repetidamente las gracias y me despojé de la fuerte tensión.
El día 7 en la mañana hable con Eva y me dijo sentirse muy recuperada y que se estaba preparando para irse a casa.
¡Caramba! dije para mi, estoy endeudado hasta el cuello, necesito salir de mi gran compromiso para ponerme a ganar dinero.
El día 8 me habló Evangelina y me dijo con voz quebrada que Quiqui había sufrido una pequeña quemadura pero que ya estaba bien y no quiso entrar en más detalles.
 

El tiempo transcurrió incesante y como no hay fecha que no se cumpla, a mi me llegó la mía. El gran momento era presente y mi destino estaba por escribirse. Al atardecer, con un nudo en el estómago me dirigí acompañado de los de casa como cordero al matadero, rumbo a la Facultad de Ciencias Químicas a presentar mi examen profesional. El auditorio escogido para el evento estaba sobriamente adornado con las fotografías de las autoridades universitarias y otros sabios que merecían estar allí, en el foro una larga mesa con tela de color gris con seis sillas para los seis sinodales. Fui llamado y sentado en medio, frente al Presidente del Jurado un reconocido Microbiólogo, de espalda a las butacas; los sinodales bromeaban un poco conmigo tal vez para infundirme un miligramo de confianza.
 

Y empezó el tiroteo tomando la escopeta una maestra de Farmacognosia o drogas vegetales:
-Dígame que parte de la molécula le confiere los efectos farmacológicos a los digitálidos estrofanto, escila y digitalis purpúrea?-
Otro sinodal Doctorado en Química Orgánica:

-Pase al pizarrón y desarrolle químicamente la reacción de conjugado entre las proteínas del suero sanguíneo y el colorante fluoresceína. -
Y así por el estilo se fueron sucediendo las preguntas a la vez que yo iba adquiriendo confianza pues sabía las respuestas con fluidez; la Directora de mi tesis la doctorada maestra Coppola me preguntó sobre el ciclo parasitario de los huevecillos de la taenia solium, los cisticercos y los resultados y aplicaciones de la investigación que había llevado a cabo. Por fin después de dos horas de estresante examen, se deshicieron de mi aprobándome por unanimidad, otorgándome la patente para ejercer la profesión con dignidad, no sin antes dejarme ver velada y diplomáticamente, que no sabía nada y que necesitaba aprender mucho más. Guardé el mensaje y cuando bajé del estrado me encontré con un auditorio repleto de mis compañeros y observadores que se abalanzaban a felicitarme, causándome gran extrañeza, pues a propósito no había invitado a nadie por aquello de una actuación desastrosa. El precio de la popularidad, pensé vanidosamente.
 

Al día siguiente salí rumbo a mi tierra esta vez por tren, con un pase de primera clase cortesía de FerroNaMex, con gran satisfacción, con grandes ilusiones y con varios kilos de menos.